El del top manta es un problema que exige promover y diseñar soluciones inteligentes antes que trazar fronteras. Cualquiera que, como yo, resida en la playa de Cullera „durante todo el año„ aprecia el trasfondo del debate que subyace a esta actividad ilegal: inmigración, pobreza, racismo, moral, legalidad, etcétera. Tanto detractores como defensores del top manta aducen argumentos racionales, pero no siempre razonables. Quisiera revisar tres tesis que defiende la Asociación de Comerciantes y Empresarios de Cullera (Acecu) para promover el debate, tan necesario.
En primer lugar, la «objeción de impuestos». Que no paguen impuestos los aleja de una ciudadanía auténtica y una cordial vecindad. Ahora bien, ¿cuántos inmigrantes dedicados a este menester residen alquilados en pisos cochambrosos, cuyos arrendatarios se suman a la objeción fiscal en la misma proporción que sus propios inquilinos? No escucho protestas por ningún lado, y todos conocemos su cruda realidad: que viven hacinados en las residencias más vetustas. ¿Dónde están las caceroladas? ¿O esto es un problema anecdótico? Asegura también Acecu que las pérdidas en ventas ascienden a millones de euros. Es una tesis racional pero no razonable: ¿recae en el top manta todo el peso de la merma de sus arcas? Habría que realizar un análisis complejo de esa realidad que nos presentan, pues otros factores englobados en nuestra mal llamada crisis „prefiero estafa„ podrían condicionar su pobre recaudación estival. Y tal vez su disminución de ventas no sólo se debe al fenómeno denunciado, sino a otros elementos que un ojo crítico nunca puede dejar de lado.
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