El regadío valenciano tiene en el arroz un cultivo que por su tradición, extensión y fuente de riqueza ha constituido una base sólida de la economía agrícola local», proclamaba la 'Revista financiera' del Banco de Vizcaya en su número extraordinario dedicado a Valencia en mayo de 1966. Firmaba tal expresión Claudio Chaqués, reconocida personalidad en el ámbito agrario, a la sazón miembro de la Federación Sindical de Agricultores Arroceros de España creada por ley de marzo de 1934, cuya sede nacional radicaba en Valencia -como primera potencia productora del país-, hasta que llegó el partido socialista a la Moncloa y por real decreto la suprimiría en 1985. Por aquel entonces, setenta y ocho años ha, en la provincia se cultivaban más de 30.000 hectáreas de arroz, equivalentes al 64,25 por ciento del conjunto nacional, sin que en Andalucía ni Extremadura se conociera todavía dicha gramínea. Sin embargo, hace tan sólo quince años la superficie había quedado reducida a la mitad, ya que apenas rebasaba las 15.000 hectáreas, las mismas que hoy día se contabilizan dentro de nuestras áreas naturales, la Albufera y el marjal de Pego-Oliva. La actualidad de la campaña arrocera nos da pie para ocuparnos hoy acerca de este cultivo fundamental, casi siempre objeto de preocupación, unas veces por razones botánicas y otras por problemas de cotización. En el presente año la contrariedad de nuestros agricultores viene originada por la merma en la producción que se está registrando -en algunos casos superior al 20 por 100-, a causa de la climatología adversa.
En las zonas arroceras destaca estos días la presencia de las mastodónticas máquinas recolectoras. Pero hace exactamente cincuenta y tres años, en septiembre de 1959, el panorama percibido por el cronista al recorrer el corazón de la Ribera: Polinyà de Xúquer, Riola, Sueca, Cullera, Corbera..., era muy distinto. Por doquier se veían grupos de segadores que, tocados con anchos sombreros de paja, hundidos los pies en el barro y blandiendo diestros la bien dentada 'corbella', realizaban una de las labores agrícolas más extenuantes e insanas: la siega tradicional del arroz. Como remuneración cobraban 30 pesetas a la hora, trabajando cinco horas o cinco y media, lo que equivaldría hoy a un salario de un euro diario.
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