"Lo que no puede ser no puede ser y además es imposible". La célebre frase se le ha atribuido tradicionalmente al toreo cordobés del siglo XIX Rafael Guerra 'Guerrita', aunque parece ser que el primero que la pronunció fue el diplomático francés Charles Maurice de Talleyrand. Sea de quien fuere, la cita tiene toda la razón del mundo.
Viene esto a cuento del rejoneo en Algemesí, plaza peculiar, singular, emblemática, fantástica y todo lo que se quiera, pero incompatible con lo que hoy se entiende por toreo a caballo, es decir, salir de la suerte con temple y cabalgando a dos pistas con el astado cosido al estribo. No, las dimensiones de la plaza imposibilitan cualquier parecido con esa interpretación. Si a ello le añadimos novillos reservones que embisten a arreones, validamos la máxima de "lo que no puede ser...", ya la acuñase Guerrita o cualquier francés sin el arte del maestro cordobés.
Los ejemplares poco colaboradores con los rejoneadores llevaron el hierro de Los Galos. Pareció que mejoraban su comportamiento cuando eran los subalternos los que les citaban con la capa, pero hacían poco caso si eran los caballeros quienes llamaban su atención. No les faltó disposición a ninguno de los dos actuantes, pero el resultado no fue el apetecido. De hecho, las mayores ovaciones se escucharon cuando los rejoneadores tiraron de recursos de doma, de piruetas y de adornos lejos de la cara de los astados.
A Javier Cano se le vio titubeante en los inicios de sus actuaciones, pero consiguió subir enteros en los tercios de banderillas, citando con los pechos de los equinos, batiendo a pitón contrario e intentando clavar al estribo. Le alcanzó demasiadas veces la cabalgadura su primer antagonista, y surgió más limpio su segundo quehacer, lo que le valió una oreja a pesar de que el rejón cayó trasero y caído. Carlos Bueno.  Leer noticia completa en burladero.com
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