Miguel Zaragoza y Ana Lucía se casaron el sábado y tenían dos pasajes para un crucero de ocho días por el Mediterráneo. Pero el lunes, la noche antes de embarcar en Valencia, la pareja de Castelló se enteró de la noticia: cuatro tripulantes hospitalizados y todo el pasaje medicado por un brote de meningitis bacteriana. La alarma se activó: fueron a urgencias a informarse, consultaron con familiares y se pasaron la noche sin dormir. Finalmente, ayer acudieron al puerto sin maletas: «Yo tengo un sobrino que murió de meningitis y no me subo a este barco», decía Ana Lucía. Su marido, con los billetes de 1.500 euros en la mano, apostillaba: «No subimos por seguridad. Vamos de luna de miel y, aunque la compañía diga que el barco no tiene ningún peligro, nosotros no vamos tranquilos. Porque no estamos hablando de una gripe o de una simple diarrea. Con cualquier dolor que tengas vas a pensar en lo peor. Y 1.500 euros, aunque los vamos a reclamar, no valen ni una vida ni dos».
Ellos, atemorizados, no subieron al MSC Orchestra. Pero fueron la excepción. La tónica general era bien distinta a la llegada a Valencia del crucero, con sus 2.723 viajeros y los 967 tripulantes. Entre quienes iban a embarcar imperaba la desinformación, la resignación ante el imprevisto y la confianza en que nada les iba a pasar. Con casos tan delicados como el de Cristina Lorente, una joven de Orihuela que el año pasado contrajo una meningitis y estuvo un mes y medio hospitalizada. Todavía hace una desagradable mueca al recordar la aguja con que le pincharon la médula, los fuertes dolores en el cuello, en la cabeza, los vómitos y la angustia permanente… Pero ayer, aunque «algo asustada», se subió al barco con su marido José Ángel para pasar, como ellos mismos ironizaban, una «luna de miel… o de meningitis».
Mientras los pasajeros italianos bajaban del barco y salían de la terminal gritando ante las cámaras de televisión que estaban «sanísimos» y que el crucero había sido «perfecto» («¡estamos vivos!», gritaba una tal Mariseta con socarronería antes de salir pitando hacia el autobús para hacer la visita relámpago a Valencia), algunos españoles relataban con más calma la experiencia vivida en el barco. Como José Solaz, de Cullera. «El susto aumentó cuando la salida del puerto de Livorno se retrasaba y conocimos el motivo». Más aumentó la intranquilidad cuando un matrimonio de su grupo de conocidos contó que tenían una hija que había fallecido por una meningitis. «Ellos pronosticaron que nos darían una pastilla a todos para evitar contagios. Y así fue. En general, la gente ha estado muy tranquila y la compañía se ha portado muy bien», explica José, que ha cogido faringitis en el viaje. Un mal menor.
Algunos vivieron los últimos días de periplo con más intranquilidad. Como la madrileña Rosa Agudo. Al hacer escala en la costa francesa el lunes, Rosa pensó: «Me voy para Madrid». Pero aguantó hasta llegar a Valencia ayer y finalizar el trayecto. Su marido, Ramón Gallego, critica que la información les llegó «muy tarde y a medias». Y apunta otro dato interesante: «La pastilla de antibiótico la dejaron en los camarotes. Era obligatorio tomarla, pero yo conozco a personas que no la tomaron». Pacp Cerdá.
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