La Comunitat Valenciana sigue siendo líder en fabricación de determinadas máquinas agrícolas, como turbo-atomizadores, trituradoras de restos de poda y cultivadores, y lo fue también en motocultores cuando la demanda de estos aparatos estuvo en auge, entre los años 50 y 80. Pero una faceta menos conocida del gran público es que también hubo en Valencia una fábrica de tractores. Estaba en Algemesí, donde todavía puede verse en la fachada del viejo edificio (en la antigua carretera que cruza el casco urbano) el cartel de la empresa: 'BJR Fábrica de tractores'.
La sonoridad de las siglas de esta marca y la coincidencia con otras de este tipo que eran extranjeras hacía pensar a muchos que quizá se tratase de una filial o concesión de alguna compañía italiana o inglesa. Pero no era así. BJR fue una marca totalmente local, vendía sus máquinas en toda España y los fundadores eran de Algemesí. Precisamente se trataba de las iniciales de sus nombres las que compusieron BJR: Bautista, Juan y Rafael Esplugues; padre e hijos.
Bautista Esplugues fue un mecánico de bicicletas y motos que tenía el taller frente a la estación de Algemesí. No se conformó con reparar y empezó a montar pequeños motores en bicicletas, convirtiéndolas en algo similar al 'VeloSólex'. Y de ahí pasó, a principios de los años 50, a construir en serio con sus hijos velomotores y motocicletas; primero pequeñas, de 44 centímetros cúbicos, y luego fueron aumentando hasta modelos de 175. Cuando cesaron en esta línea, porque la competencia de marcas mayores les ganó la partida, hasta tenían preparado un prototipo de 225.
La moto de Ricardo Tormo
Hay que recordar aquí que el malogrado corredor valenciano Ricardo Tormo, que fue campeón del mundo y cuyo nombre bautizó el circuito de Cheste, comenzó a correr con motos BJR y ya en su fase de éxito se preocupó de recuperar y restaurar algunos ejemplares que hacía años que no se fabricaban.
Pero volvamos a la historia de los Esplugues. A finales de los años 50 se les quedó pequeño el viejo taller y compraron un edificio cercano, que aún sigue en pie, luciendo la marca, y que había sido hasta entonces un almacén de exportación de naranjas.
Casi en paralelo a las motos comenzaron a fabricar motoazadas con motor de gasolina, y después motocultores, a gasolina y diesel. Algunos modelos llevaron la marca ILO.
El campo se mecanizaba y el paso al tractor era lógico. Era lo que estaban haciendo los italianos de Pasquali y otros, añadiendo al motocultor el tren de ruedas traseras, un asiento y un volante. Primero se arrancaban a cuerda, luego se impuso el arranque eléctrico conforme se fue ganando potencia y se añadieron luces y faros.
En 1961, la casa sufrió una grave crisis al abandonarla los Esplugues. No pudieron soportar las deudas y lo dejaron todo. Los más de cien trabajadores tomaron la decisión de continuar, porque hacían buen producto y había mercado. Faltaba capital y acudieron inversores. Uno de ellos, José Luis Corell, iría comprando poco a poco a otros, hasta quedarse dueño total. Vicente Lladró.
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