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Polinyà, Sueca, Villanueva de Castellón y Carcaixent poblaciones con viviendas sociales en el franquismo
Polinyà de Xúquer (24 pisos), Sueca (22), Villanueva de Castellón (30) y Carcaixent (36)
Un arzobispo de posguerra en pleno proceso de beatificación. Los prejuicios, no obstante, más vale aparcarlos a un lado. Porque ni ésta es la historia de un mitrado del nacionalcatolicismo que ya va camino de los altares, ni la de una Iglesia desconectada de la realidad y servidora del franquismo. Es, más bien, la historia de un prelado que llegó a ser conocido en Valencia con el cariñoso apelativo del «arzobispo tombolero» —por organizar la revolucionaria Tómbola Valenciana de Caridad— y cuya preocupación social le hizo abordar el grave problema del chabolismo que condenaba a vivir en chozas, chabolas y cabañas asentadas en el cauce del río Turia, desde Mislata hasta su desembocadura en Nazaret, a miles de familias pobres de solemnidad.
Aquella imagen de miseria que se encontró Marcelino Olaechea al poco de llegar a Valencia en 1946 y recorrer el cauce del río no se le borró de la cabeza. No era extraño en un hombre que, al asumir el báculo y la mitra en la catedral, evitó alusiones a la «cruzada de liberación» y a las supuestas grandezas del régimen de Franco, como destaca el sacerdote e historiador valenciano Vicente Cárcel, y que se presentó ante sus nuevos feligreses como un pastor abierto a todos: «A los ricos y a los pobres, a los sabios y a los ignorantes, a los patronos y a los obreros, a las derechas y las izquierdas. Buscamos sólo a Jesucristo», afirmó.
Y en esa búsqueda primó a la gente sencilla, a los marginados, a los trabajadores, a las clases humildes, a los sin techo. En esta época de desahucios y problemas para acceder a la vivienda, cobra especial relevancia la obra social que abanderó el arzobispo Olaechea, siempre distante del régimen y presto a suplir sus carencias sociales. Y tuvo unos resultados exitosos. Se inventó la Tómbola de Caridad, que llegó a recaudar hasta 300.000 pesetas diarias entre 1948 y 1954 y que nutría de dinero al Banco de Nuestra Señora de los Desamparados, entidad coordinadora de las obras sociales de la Iglesia y que financió al Patronato de Nuestra Señora de los Desamparados.
De ahí salieron las viviendas sociales. En total, y hasta el año 1969, fueron 1.509 las viviendas sociales construidas por este patronato. Gracias a aquella iniciativa, miles de pobres pudieron acceder a un techo digno en condiciones económicas muy ventajosas —con amortizaciones de entre 100 y 200 pesetas— a pagar en un plazo larguísimo.
Según un exhaustivo recuento y clasificación elaborado por Ramón Fita Revert, historiador, director del archivo del Arzobispado de Valencia y delegado episcopal para las Causas de los Santos, la mayor parte de estas viviendas fueron levantadas en la capital y todas siguen en su sitio. Primero, en el barrio de San Marcelino —nombre que retrotraía al arzobispo impulsor— se construyó una inmensa barriada con un total de 534 viviendas sociales y 24 locales comerciales. El Grupo de Nuestra Señora de los Desamparados, enclavado en el también barrio periférico de Patraix, fue dotado con 272 viviendas protegidas y 13 locales comerciales. El tercero más numeroso fue el de San Juan Bosco-Tendetes, con 159 viviendas protegidas y ocho locales comerciales. El Grupo Virgen del Puig de Benicalap, en la avenida Onésimo Redondo, estaba conformado por 58 viviendas protegidas y dos locales. También en Benicalap se edificaron los grupos de viviendas sociales de Rosales, con 68 viviendas, y el de Picayo, con un bloque de 31 pisos protegidos.
Fuera de la capital, el proyecto inmobiliario de Olaechea —que se adelantaba a la generalización de viviendas sociales impulsadas por el franquismo— llegó a otros nueve municipios de la diócesis de Valencia con un total de 405 viviendas: Polinyà de Xúquer (24 pisos), Sueca (22), Serra (11), Catarroja (8), Torrent (144), Benissa (50), Villanueva de Castellón (30), Carcaixent (36) y Xàtiva (80).
«La iniciativa dio frutos positivos y contribuyó a resolver en parte el problema de la vivienda que agobiaba a numerosas familias», escribe el historiador Vicente Cárcel. El paralelismo con la época actual es inevitable. «Sí, es una situación muy parecida a la actual», dice Ramón Fita, por las necesidades inmobiliarias de jóvenes y familias desahuciadas. ¿Qué haría hoy el arzobispo Olaechea? «Bajar al ruedo y mojarse», responde sin titubeos el responsable de la Iglesia valenciana para gestionar procesos de canonización como el que en breve iniciará en torno a la figura de Marcelino Olaechea.
Pero no sólo fueron las viviendas sociales. Hay un sinfín de anécdotas sobre el perfil solidario de este arzobispo, forjado en la orden de los salesianos, que fundó Cáritas en Valencia. Pero basten dos detalles: uno es su escudo episcopal, donde figuran las altas chimeneas industriales de su Baracaldo natal para que no se le olvidara unos orígenes proletarios que él mismo recordaba con orgullo: «Nací en una fábrica», «soy hijo de obrero». El otro es una carta pastoral suya de 1953 que causó gran impacto en pleno franquismo, que traspasó fronteras y supuso un golpe en la conciencia de los burgueses y empresarios valencianos. Se titulaba «El justo salario», y con eso está todo dicho. Paco Cerdà. Leer noticia completa en Levante-EMV
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