En los últimos tiempos, y más ahora tras un nuevo periodo electoral, los ciudadanos vienen preguntándose y muchas veces incluso manifestándose, sobre qué tipo de político quieren. Es obvio que la gente está harta de chorizos, de mangantes, de la casta política que sólo mira por su interés y el de su bolsillo; políticos, muchos de ellos “estómagos agradecidos” que ya forman parte del engranaje de la maquinaria del engaño y que luchan con uñas y dientes por mantenerse, por conservar su estatus, y todo ello a pesar de principios, y, lo que es peor, a pesar de los ciudadanos a los que representan.
Pero, ¿nos hemos preguntado qué clase de político quieren los políticos? Mi experiencia personal, siempre interesado en el hecho político, tras 5 años dedicado al máximo a la política, y después de un año como Presidente Local de mi partido en Sueca, sí que me ha llevado a preguntármelo. Por supuesto que los partidos afirman con vehemencia sus valores: políticos que son ciudadanos honrados, con vocación de servicio público, al servicio del resto de la ciudadanía…
Pero, ¿cuánto de real tiene esto? Lamentablemente mi experiencia difiere de lo expuesto, y de ahí que me tuviera que marchar. Una cosa es lo que algunos partidos o agrupaciones piden, y otra muy distinta la que practican, bien por acción, bien por omisión. Me presenté ante los ciudadanos con lo único que tenía: mis ganas de trabajar por ellos, y la certeza de mi vocación de servicio público. No había más: no tengo empresas, no tengo gente a la que “colocar”, no hay fraudes (como trabajador que soy sólo tengo una nómina y una hipoteca), no tengo cuotas de poder que mantener o administrar, no tengo ganas de guerras fratricidas en el seno del Partido. De lo que sí que tenía ganas, y muchas, era de trabajar por los demás, sin protagonismos, ni estridencias.
En mi opinión el político ha de ser valiente, y más en los tiempos que corren. Son muchas las anécdotas que podría contar (y no todas ellas buenas) del ser político justo ahora, cuando peor consideración se le tiene. Yo creo que lo he sido, valiente, y mucho: he denunciado aquello que no me parecía justo, he dado la cara por las ideas que promulgaba mi Partido (muchas veces en circunstancias muy difíciles y ante la incomprensión de parte de la ciudadanía), no he tenido la necesidad de mentir, ni de traicionar mis principios; lo que he hecho y dicho era porque así lo sentía. He intentado siempre transmitir imagen de serenidad sin por ello perder vehemencia a la hora de ejercer mi tarea de oposición al gobierno de la ciudad. Sin embargo, lo que nunca he sentido ha sido la necesidad de pelearme contra los míos, de buscar protagonismo sobre ellos, de obtener éxitos sin trabajo, de salir en la foto fácil y amable. ¿Era eso lo que se esperaba de mi como político? Creo que no, más bien lo contrario, y, respaldado por mi Partido trabajar y dar los aires de cambio que ciudadanos, simpatizantes y afiliados pedían (el gran número de afiliados que sí que creían en el cambio, y no los que veían en peligro su propio estatus). Pero al final la soledad manteniéndome en esta actitud ha sido insoportable. La sensación de impotencia indescriptible.
Hace años decidí dar el paso, renunciar a mucho en lo personal para darlo todo en lo público: ayudar en mi Ciudad, ser valiente, dar la cara, perder mi privacidad, aguantar insultos y desplantes, demagogia… Incluso amenazas.
Si ser valiente es decir claramente de qué partido eres, qué ideas defiendes, y tratar de explicar a la gente sus ideales, yo definitivamente lo fui. Rotundamente lo fui, siempre.
Si ser valiente es pelearme contra los míos, aguantar traiciones (incluso familiares), trampas, estafas, dejar de ser yo mismo, y un largo etcétera, entonces no lo fui. Pero es que, si ser valiente es eso, tampoco quiero serlo.
Aún así, insisto, fui valiente, y fui más allá: hace un año, después de meditarlo mucho, decidí presentarme a un Congreso, y que fueran los propios militantes los que decidieran el modelo de gestión, el político que querían. Y gané. Y no gané haciendo trampas. Y no gané engañando a nadie. Y no ofrecí cosas ni trabajos que no podía, ni debía ofrecer. Y no gané repartiendo dinero ni pagando cuotas a nadie con dinero obtenido de formas no elegantes. Y, lo que considero más importante, no gané con falsas promesas, no prometí nada que no pudiera ofrecer (lo que ofrecía era, como he repetido tantas veces, mi trabajo y mi total entrega, las 24 horas del día; y así ha sido todo este tiempo).
Y también, durante todo este tiempo no he comprado voluntades, no he ofrecido falsas expectativas de trabajo, no he tramitado bajas falsas en masa de mi partido desde un despacho municipal, ni las he mandado vía fax desde mi lugar de trabajo particular, no he organizado comidas con otros partidos para que me regalen los oídos o para ver qué me ofrecen con tal de seguir chupando del bote de la política, ni tan siquiera los he escuchado, no he pasado información a partidos del gobierno suecano que luego se pudiera utilizar en contra de mi partido en los plenos municipales… En definitiva, no he hecho nada que, a sabiendas, pudiera perjudicar al Partido en el que milito. Por no hacer no hice ni declaraciones a la prensa (y desde el día 1 de abril que firmé mi primera renuncia, no aceptada, este proceso estaba en marcha).
Durante casi dos meses he sido muy considerado, discreto. Sin embargo, ahora parece ser, según la prensa, que la Dirección del Partido está molesta. No es cierto que hubiera un pacto tácito para no decir nada hasta después de las elecciones. Lo que sí que había era un Presidente elegido democráticamente y al que, la supuesta Dirección molesta, ha dejado que le den por todos los lados desde dentro del partido: rupturas de disciplina de votos, rupturas de pactos, declaraciones en su contra en prensa, declaraciones en contra del partido también en prensa, ruptura del pacto por parte del vicepresidente públicamente en una Ejecutiva y dos veces en prensa… Un año vengo denunciando esta situación y nunca he leído en prensa que hubiera nadie molesto. Prefiero pensar que no es cierto lo leído. De lo contrario parecerá que en este partido los políticos pueden votar lo que les apetezca, saltarse la disciplina de voto, no apoyar las tesis del propio partido, no pagar las cuotas ayudando de la única manera que nos financiamos, hacer declaraciones en prensa en contra del Presidente, su trabajo y el propio partido, buscar protagonismos forzados para intentar ser candidatos alternativos a la Alcaldía, no acudir a la reuniones de Grupo Municipal ni trabajar al 100%, no cumplir con las obligaciones de la Ejecutiva, romper las partes de los pactos que más interesan, y conservar de dichos pactos la parte que dé más protagonismo y relevancia sin importar qué o a qué se puede afectar y si eso es bueno para la acción de gobierno presente y futura… No, no puede ser que esto sea lo que quiere mi Partido. ¿O sí?…
No lo sé. Y dudar, de por sí, en este caso, ya no es bueno. Lo cierto es que todo eso ha pasado y aquí nadie se ha molestado. Y mientras he trabajado al máximo, sacrificando mi tiempo personal, salud, trabajo, amigos, familia… Por tanto ¿qué clase de político quieren? Hoy, sin ir más lejos, se ha hecho pública la sentencia contra Rafael Blasco, en otro tiempo considerado como un gran político o un buen político: había “sabido estar” en los gobiernos de distintos presidentes autonómicos, incluso de diferentes partidos. ¿Es esto bueno? ¿Es esto lo que se busca? ¿Políticos a sueldo capaces de cualquier cosa con tal de ser y de estar? ¿Ser un profesional de la política 30 años? Aquí de nuevo, en Sueca, parece ser que se premió el tipo de político que tenían y que siempre han tenido. No pasa nada. Señores, vía libre a su coto privado de caza. Yo personalmente lo lamento mucho, pero nunca podré decir que no lo intenté, y desde dentro (que, en mi opinión, es como hay que intentar hacer las cosas). Ahora bien, llegado el momento, y como no se dan las condiciones para ejercer como a mi me gustaría o como yo creo que se deberían hacer las cosas, me marcho.
He estado a las duras y a las maduras, cuando los “sobres”, “el Bárcenas”, posibles malas gestiones de dinero público en eventos, largas listas de imputados, las líneas rojas, el afán de poder de los de siempre… Y he estado ahí, dando la cara, atendiendo al ciudadano, trabajando duro en la oposición, asistiendo a todos los actos a los que, como representante del Partido más votado en la Ciudad, era invitado, explicando en cada Pleno las posturas y argumentos de mi Partido… Y todo ello sin aspavientos, sin gritar, sin faltar el respeto, sin espectáculos…
¿Y dónde no he estado? Pues no he estado en el peloteo, en el “trágala”, en la traición, en el “todo vale con tal de estar”, en el “sálvese quien pueda”… No daba codazos por salir en fotografías. Mientras, por detrás, muchos de lo que van a seguir “trabajaban” para seguir siendo “políticos”. Y no pasaba nada…
Contrariamente a lo que muchos ciudadanos piensan, aún quedan políticos que no sienten apego a la silla que ocupan, a su cuota de poder, a las posibles facturas que muchos dicen tenemos pendientes de pagar. De hecho también he renunciado a mi acta como Concejal para que mi Partido siga el proceso que en estos casos suele tradicionalmente seguir. No tengo ningún interés en quedármela y pasarme al grupo de “no adscritos” como muchos otros han amenazado en anteriores ocasiones. El acta considero que es del Partido y a su disposición la pongo. Sin nada llegué, sin nada me voy. Bueno sí, me marcho con mucho aprendido y con la preocupación de que, si nadie lo remedia, esto caerá de nuevo en manos de los de siempre, de los “políticos de siempre”, de los que, si los hechos no lo desmienten, son los que algunos partidos políticos quieren, buscan y premian.
Raúl Pla