«Mi padre recibió una indemnización de 40.000 euros por la pantanà de 1982 y acudió al banco a depositar sus ahorros. Le ofrecieron un plazo fijo con una rentabilidad alta, liquidable cada mes y disponible en cualquier momento. Y aceptó. Ahora tiene 92 años, sufre Alzhéimer y aquel dinero se ha convertido en unas acciones de Bankia que no valen nada. Nos han estafado». Éste es el relato de Damián, vecino de Antella, que ha padecido en primera persona el drama de las acciones preferentes.
Comercializados por la extinta Bancaja (ahora Bankia) en pueblos donde sus oficinas gozaban de una posición preeminente „o de casi monopolio„, los productos financieros híbridos han condenado a muchos pequeños agricultores en los últimos años.
Desde AVA-ASAJA apuntan que en municipios como Antella „de poco más de 1.500 habitantes„ o su vecina Gavarda „de casi 1.200 residentes„ habrá entre 200 y 300 afectados. La cifra de damnificados en ambos pueblos de la Ribera Alta retrata por sí sola el alcance de un conflicto que ahora empieza a dirimirse en sede judicial, tras la llegada de las primeras sentencias.
Damián (en realidad no es su verdadero nombre, prefiere mantener el anonimato) se muestra directo y preciso mientras atiende a Levante-EMV. Su tono y sus palabras realzan su indignación. No esquiva detalles. Consciente de que su caso acabará en los tribunales, ha documentado todo el proceso.
Su padre «adquirió» preferentes en 2002. Ocho años más tarde les aconsejaron el canje por acciones de Bankia: «nos llamaron y nos dijeron que sino hacíamos lo que ellos decían íbamos a perder todo el capital. Llegamos a firmar un escrito en blanco que, según dijeron, era necesario para vender las acciones y recuperar la inversión. Luego, el valor de los títulos se desplomó...».
Damián ha contactado con la asociación Activa Preferentes. Por el 3 % de la inversión inicial, los abogados de la entidad incluirán su caso en una querella colectiva contra Bankia: «sopesé varias alternativas y ésta fue la que me convenció. Me ofrecieron ir a los tribunales de forma individual, pero era más caro. Lo que sí tengo claro es que paso del arbitraje, por ahí no me la cuelan».
Relación de varios años
El modus operandi es prácticamente idéntico en cada uno de los conflictos: el cliente depositó su confianza en un empleado de Bancaja-Bankia que conocía desde hace muchos años, comprando lo que creía que era un plazo fijo. La inversión rentó durante un tiempo. Luego llegó la crisis y cada paso del proceso se convirtió en un escalón hacia la ruina. Primero fueron las quitas, después el canje por acciones de la entidad bancaria... todo desembocó en la pérdida de la mayor parte del cápital invertido.
Eso es lo que le ocurrió también a Pepe, que también quiere mantener su verdadera identidad al márgen. En su caso, el desembolso fue de 21.000 euros, que ahora se han convertido en títulos de Bankia de escaso valor.
Ambos interlocutores hablaron con el entonces director de la oficina de Antella: «parecía un hombre muy amable y legal. Creo que no sabía ni lo que vendía, que actuaba de buena fé con nosotros. Luego lo cambiaron y no sabemos nada de él desde entonces».
Pepe recibió hace dos meses una reclamación de la oficina de Bankia del pueblo vecino de Càrcer donde le pedían 35 euros por los gastos de su cuenta: «ya no es bastante con que se hayan quedado con mis ahorros. Quité todo mi dinero y me fui a otro banco. He mantenido la cuenta para que me puedan devolver lo que me estafaron. Bankia me lo ha robado todo y les he contestado con una carta de cinco folios. Si he de ir a la oficina del consumidor, iré».
El caso de Antella también es paradigmático porque en los últimos años han tocado varios premios de la lotería nacional. Aunque los dividendos han sido menores a los que hubiera repartido, por ejemplo, un gordo de Navidad, la suerte sí mejoró la situación de algunos vecinos. Muchos de ellos fueron «captados» por Bancaja. Tal es el caso de Mari Carmen, de 53 años de edad, que fue agasajada con 20.000 euros en 2009: «fui a Bancaja porque allí tenía mi cuenta y me pidieron que lo invirtiera con ellos. Había tenido una mala experiencia con un producto de renta variable y recalqué que quería un plazo fijo. Sin embargo, me vendieron preferentes por mis pocos conocimientos financieros».
La casa de Mari Carmen (su nombre tampoco es real) se encuentra cerca de la oficina de Bancaja „los rótulos nunca han sido cambiados„ que bajó la persiana el 26 de abril. Lo único que queda es un cajero en la calle. Los vecinos apuntan que, a pesar del cierre, «las luces se encienden de noche, quizá es que viene alguien...». El autor del texto es J.L. Llagües. Leer noticia completa en
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