A la amarga naranja - Relato literario de Eva Borondo
Vincent había escuchado todas las razones por las que ella no quería seguir con él y las comprendía…
La miraba a la cara, allí sentados, divididos por un mantel blanco y unos platos que no habían sido palpados.
Vincent había escuchado todas las razones por las que ella no quería seguir con él y las comprendía, pero le sentó mal que esas mismas molestias e inconvenientes no hubieran sido importantes los primeros meses de su relación y se convirtieran en fuerza fundamental de ruptura tras dos años de amor.
Se llevó la mano al corazón, por encima de la chaqueta, y la deslizó hacia abajo con suavidad hasta la altura de último botón. Entonces se irguió en el asiento y volvió a mirar la cara de Cecilia, que miraba a un punto indeterminado del salón.
Vincent hubiera pagado mucho dinero por no encontrarse en la zona de no fumadores.
Cecile le preguntó: “¿Y ahora qué?”
Vincent callaba, la miraba y pensaba “¿Qué de qué? ¿Ahora qué hacemos? ¿Ahora qué haces tú o qué hago yo?”.
Lo correcto hubiera sido decirle algo, intentar convencerla de que cambiaría, porque la quería demasiado, pero no tenía sentido y además ella lo iba a dejar de todos modos.
Vincent arrastró silenciosamente sus zapatos hasta los bajos de la silla y se puso de pie, pero ella seguía sin mirarlo a la cara.
Se dirigió con prestancia hacia los lavabos de caballeros y fumó en paz.
Tras el ventanuco podía observar que uno de los camareros alimentaba a una docena de gatos callejeros con la comida que él pagaba a noventa euros.
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