En la segunda planta del módulo central del Hospital Hassani de Nador, subiendo la escalera a mano izquierda, se encuentra el módulo de Cirugía Masculina. La primera habitación siempre está cerrada; es el cuarto de pacientes con graves lesiones de columna, principalmente parapléjicos. En la última de las ocho camas se encuentra recostado y siempre sonriente el interno número 21036 bajo el nombre de Abdelhakib, aunque todos le conocen como Abdelaoui.
Después de varios años como pintor de obra y oficial de primera, especialista en suelos, en su Bamako natal, se vio sin empleo y teniendo que mendigar para poder comer. Tras cuatro meses mano sobre mano decidió buscar suerte en el norte; necesitaba ganar dinero para poder casarse con su novia de toda la vida.
Este joven maliense de 32 años, estuvo siete meses en Rabat intentando encontrar trabajo. El hambre y la desesperación le llevaron hasta el monte Gurugú. Él no quería, le daba miedo la valla; pero la necesidad era más fuerte.
El pasado 21 de octubre, cuando sólo llevaba un mes en los campamentos cercanos a Melilla, las Fuerzas Auxiliares junto con el Ejército y la Gendarmería marroquí llevaron a cabo una macrorredada conjunta a las 03:00 de la madrugada. Sorprendieron a numerosos subsaharianos durmiendo a la intemperie y no dudaron en propinar palizas y destrozar tiendas antes de detener a cientos de personas.
Abdelaoui dormía profundamente cuando oyó gritos y se despertó sobresaltado. Ya los tenía encima, asegura que llegaron a pegarle y a forcejear con él durante un instante. Logró zafarse y corrió monte abajo. Todo estaba oscuro, no sabía hacia donde iba. De repente el suelo se acabó bajo sus pies y sin esperarlo cayó por un terraplén varios metros golpeándose con fuerza en la espalda y la cabeza. Estuvo algunas horas desangrándose solo, tirado moribundo en un pedregal. Todos le daban por muerto: “Pensé que no despertaría nunca más. Muchos de mis compañeros han muerto o desaparecido, otros han sido deportados y algunos todavía pasan frío en el monte intentando alcanzar su meta”.
Una operación de urgencia logró salvarle la vida, pero la rotura de varias vértebras le seccionó la médula: ya no podrá andar nunca más. Desde entonces permanece postrado en una estrecha cama oxidada al fondo de una habitación cuya puerta cierra gracias a que las enfermeras ponen vendas usadas de tope.
Ha perdido toda la musculatura de las piernas y no deja de adelgazar por días. Las heridas y escaras en la espalda y los glúteos son tales que dejan asomar hasta el hueso e impregnan la estancia de un fuerte olor a carne engangrenada.
La hermana Francisca, cooperante de la Delegación de Migraciones del Arzobispado de Tánger en Nador, asegura que él, Abdelaoui, no sabe todavía la gravedad de sus lesiones: “Tiene que empezar a usar los brazos como si fueran sus piernas y debe moverse para no seguir formando escaras en su cuerpo. El problema es que él cree que pronto volverá a andar. No es consciente de su paraplejía o no quiere serlo”.
“No es un caso normal”, asegura Esteban Velázquez, coordinador de la Delegación de Migraciones: “Merece una atención y un tratamiento especial. Hablamos de un pobre chico que no tiene medios y al que no podemos dejar paralítico de nuevo en el monte para que se busque la vida o intente de nuevo saltar la valla”.
Para las organizaciones que trabajan con los inmigrantes a ambos lados de la frontera sur de Europa, lo ideal sería poder trasladar a Abdelaoui al Hospital Nacional de Parapléjicos en Toledo. Por eso, piden la colaboración de asociaciones e instituciones para que esto sea posible antes de que su salud se deteriore aun más; e instan a todo aquel que quiera y pueda echar una mano a que lo comunique a través del correo electrónico: [email protected]
“Mi familia y mi novia saben que estoy ingresado. Están tranquilos, saben que saldré pronto y que volveré a ser el que era”, comenta Abdelaoui con una enorme y sincera sonrisa mientras manosea una estampita de la Virgen de los Desamparados. Leer noticia completa y ver hilo de debate en eldiario.es.