El pasado 2 de febrero, en el partido de baloncesto de la Eurocup entre los equipos Unicaja de Málaga y Alba Berlín, los espectadores asistieron a un bello gesto de deportividad: un jugador del conjunto alemán (cuando su equipo perdía por nueve puntos a falta de nueve minutos) reconoció que él había sido el último en tocar el balón antes de que este saliese del terreno de juego. Acto seguido, el árbitro rectificó su decisión y dio la mano al jugador, y el público aplaudió.
No sé si esto pasará a menudo en el baloncesto; lo que sí sé es que en el fútbol no pasa prácticamente nunca; es muy improbable ver algo de honestidad en el terreno de juego, además de que el respeto desaparece más de lo debido en las gradas. Sin embargo, lo normal sería actuar con honor. Es lo que tendría que ocurrir siempre: en fútbol, en política y en cualquier ámbito.
En mi anterior artículo, hablé de la necesidad de que los jóvenes jugadores (y todos) se empapen de honestidad, crezcan saboreándola, para que aprecien su valor y la tomen como bandera de sus vidas. Así, si se acostumbran, por ejemplo, a colaborar con el árbitro como hizo el citado baloncestista, se enamorarán de esa forma de actuar y entenderán que eso es lo sano, lo lógico y lo que nos hace felices. De lo contrario, estaremos educándolos en la lucha sin normas (no en la respetuosa competición, que es distinto), en el “todo vale”, en la percepción del otro como enemigo al que se puede pisar si es preciso y no como un ser cargado de dignidad. A partir de aquí, sin ideales que respetar, sin conciencia a la que apelar, ¿por qué van a pagarse sueldos justos?; ¿por qué no van a quedarse los políticos con lo que no es suyo o por qué no van a favorecer a las grandes empresas eléctricas o bancarias (entre otras) para luego colocarse ellos en los consejos de administración? Si todo vale y no hay ideales que estén por encima de nosotros y que debamos respetar, la vida humana se empobrece enormemente.
Basta de decir que es imposible realizar cambios, que el ser humano y la vida son así y punto. No. El ser humano y la vida son como nosotros decidamos. Es cuestión de dar pasos en una dirección o en otra. Podemos cambiar el fútbol y podemos cambiar el mundo. Hemos nacido para buscar realizar los ideales con los que soñamos. O, al menos, para caminar en pos de ellos. Los pobres no tienen por qué seguir siendo pobres; los ricos no tienen por qué seguir abusando de su poder; los políticos no tienen por qué someterse a los poderosos en vez de a la razón y a la justicia; y el fútbol no tiene por qué ser un juego en el que solo vale ganar de cualquier manera. Es más, como he dicho otras veces, puede ser una gran herramienta de cambio. ¿Qué clubes quieren liderarlo?
Ángel Andrés Jiménez Bonillo
Exárbitro y colaborador de Clan de Fútbol
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