¿Alguien ha preguntado a nuestros hijos cómo quieren crecer?
Miércoles, 4 de noviembre de 2015 | e6d.es
• "No conseguimos que puedan jugar sin ser víctimas de todos los miedos y fobias que les hemos creado"
No es que sea yo “el abuelo cebolleta”, ni me llega la edad ni las ganas de serlo, pero soy afortunado por haber nacido hace unas décadas en un pueblo (bueno, ciudad pequeña, no se me vayan a enfadar) y vivir esos días en los que saltábamos del cole a la calle a jugar a mil cosas, que ahora estarían prohibidas por peligrosas, sin que nuestros padres nos pusiesen un GPS en la oreja. Jugábamos sin temor a que nos pase algo que no sea la colleja que nos podíamos llevar cuando le rompíamos el jarrón a la vecina de un balonazo mal dirigido. Jugábamos como si no hubiese un mañana, con la única interrupción de algún coche que pasaba y que nos hacía apartarnos un momentín (no sin antes ponernos a saltar ante él al grito de “el que no pita no pasa”, por supuesto). Era una época sin relojes “inteligentes”, vivíamos el presente, sin apenas deberes porque en el cole no se ensañaban. Era un tiempo en el que para hablar con alguien te acercabas a la puerta de su casa, llamabas y probabas suerte. No estábamos gordos aunque comíamos “Phosquitos”, simplemente porque no parábamos un segundo. Con el buen tiempo vivíamos en la calle, jugábamos con palos y columpios de hierro oxidado pero, oye, aquí estamos y creo que tan cerriles no hemos salido.
¿Y a santo de qué os estoy soltando todo esto? Pues resulta que hará unos días aterrizó en España para asistir a unas jornadas sobre “Infancia y ciudad” una de esas eminencias que, por sensato y modesto no parecen serlo. Me refiero a Francesco Tonucci (Frato para los amigos) quién se sorprendía al ver que aquí todavía se pueden ver algunos niños por la calle. Oírlo me hizo recapacitar al respecto de lo que estamos haciendo a nuestros enanos, supongo que cuando crezcan y se enteren que allá por 1989 firmamos con gran pompa una de las mayores tomaduras de pelo de la historia llamada “Convención de los Derechos del Niño” se van a enfadar tanto con nosotros que los asilos de ancianos abandonados van a estar más concurridos que el Circuito de Cheste en pleno Moto GP porque ni siquiera aplicamos su artículo 12 en el que se nos dice que el niño tiene derecho a expresar su opinión y a que esta se tenga en cuenta en los asuntos que le afectan. Según Tonucci “Escuchar a los niños es algo positivo para la sociedad porque las soluciones de los niños suelen beneficiar a todos, no solo a ellos”¿Alguien ha preguntado a nuestros hijos como quieren crecer?
Vivimos en ciudades muy organizadas (excepto cuando llueve que se arman unos cirios antológicos) que están diseñadas para “alguien específico” que Frato define como “varón, adulto y trabajador” pero que abandonan a los débiles, niños y ancianos, que ya ni se atreven a salir de casa porque es todo muy agresivo para ellos. Los coches lo han comido todo y existe el miedo a cualquier cosa.
Los niños necesitan jugar y moverse sin guardaespaldas, necesitan liberar su energía. Nos quejamos que andan un tanto fofos y blandengues o que se han disparado los casos de déficit de atención (TDA/H según diría la psicopedagoga @vanepuig) pero no conseguimos que puedan jugar sin ser víctimas de todos los miedos y fobias que les hemos creado.
Sin darnos cuenta estamos cortando las alas a nuestros hijos. Continuamos empeñados en que se dediquen a cosas “de provecho” y que saquen buenas notas sin que nos importe si tenemos un Picasso pequeñito en casa. Después del cole intentamos apuntarles a actividades extraescolares para que se cansen y nos dejen en paz. Salen del cole, van a inglés, después vuelven y se encierran a hacer “los doce trabajos de Hércules” en forma de deberes, están destrozados, se sientan cara la tele y a dormir. Puede que ahí esté la clave del fracaso escolar. Según Frato, este niño cuando vaya el día después a clase no tendrá nada que contar, no le ha ocurrido nada especial, y así todos los niños de la clase. ¿Conclusión? El profe “tira de libro” y dejamos perder algo igual o más importante que las materias regladas, la enseñanza vivencial. No evolucionamos. ¿El resultado final? Unos adultos regordetes que, vale, pueden ser fantásticos abogados o médicos pero que estarán un tanto vacíos simplemente porque les amputaron su niñez.