Armin Meiwes, el caníbal de Rotemburgo
“Un anuncio publicado en internet los puso en contacto y les permitió hacer realidad las complementarias y truculentas fantasías de comer y ser comido”
Un anuncio publicado en internet los puso en contacto y les permitió hacer realidad las complementarias y truculentas fantasías de comer y ser comido, respectivamente. El ritual sangriento se produjo en un antiguo caserón y fue grabado en vídeo por sus protagonistas durante cuatro largas y espeluznantes horas.
Meiwes vivió durante años con su estricta y dominante madre en una mansión construida en el siglo XVIII, en la pequeña localidad alemana de Rotemburgo del Fulda. A la muerte de ésta en 1999, el técnico informático quedó solo en el antiguo y desconchado caserón, que contaba con más de cuarenta y cuatro habitaciones. Desde ese momento, se intensificaron sus deseos de comerse a alguna persona.
Durante el día seguía acudiendo a su trabajo, un centro informático en el que desempeñaba de forma eficiente labores de técnico en computadoras, y en el que también mantenía relaciones cordiales con sus compañeros. Pero, en sus momentos de soledad, sobre todo por las noches, mudaba su comportamiento, se convertía en un adicto a foros cibernéticos de antropofagia y se excitaba sexualmente con películas de zombies, con fotos de mataderos de animales, crímenes, cuerpos humanos abiertos y otras imágenes violentas.
El Hannibal Lecter alemán comenzó a visitar foros de internet frecuentados por amigos de las prácticas de ingestión de carne humana, como ‘Guy Cannibals’, ‘Gourmet Cannibals’ o ‘Cannibal Café’. El ingeniero berlinés Bernd Jürgen, también aficionado a estas páginas, contestó a un anuncio de Meiwes en el que se buscaba a alguien dispuesto a ser devorado. Un total de 237 personas respondieron a esta misma petición, si bien sólo se dieron cita cinco de ellas en la mansión del aspirante a caníbal una fría noche de diciembre del 2002.
El ingeniero fue el único de aquel extraño quinteto que no sucumbió a un ataque de pánico una vez reunido en el garaje de la casa, el único que no huyó despavorido aquella noche señalada para el escabroso encuentro.
Finalmente pues, quedaron solos el caníbal y su víctima dispuesta a entregarse, a ofrecer su cuerpo en un previsto ritual sangriento que no iría a demorarse más allá de unas pocas horas de indecisión por parte de Bernd.
Los dos hombres estaban a punto de cumplir una vieja aspiración que les había acompañado desde la misma infancia. Ambos habían sido unidos por el destino aquella noche para hacer realidad las complementarias y espantosas fantasías de comer y ser comido por alguien. Cada uno de ellos cumpliría el deseo del otro. Una cámara de vídeo con el piloto encendido sería testigo mudo de tan insólito suceso.
En la grabación puede verse cómo Bernd da su consentimiento -después de haber ingerido una gran cantidad de pastillas y alcohol- a la acción caníbal que con él iba a perpetrarse. El ejecutor comenzó cortando el pene a su víctima y, tras pasarlo por la sartén, éste fue degustado por ambos. Luego, lo mató con un cuchillo y lo descuartizó. Guardó los trozos de carne en bolsas de plástico que introdujo en el congelador. Fue ingiriendo en las siguientes semanas la mayor parte de su cuerpo, excepto los huesos y el cráneo, que optó por enterrar en el jardín que circundaba la casa.
Pasados los días, Meiwes comprobó cómo la experiencia había producido en él el terrible efecto de acrecentar sus instintos caníbales. Necesitaba nuevas víctimas y, de nuevo, recurrió a los anuncios en internet solicitando personas dispuestas a ser devoradas, iniciativa que finalmente le acabó costando la detención.
Un internauta, estudiante de Innsbruck, puso a la policía tras la pista de un tipo sospechoso que afirmaba en foros haber practicado el canibalismo. Ese tipo no era otro sino Meiwes. La investigación logró desenmascararlo un año después del homicidio. Una vez registrada la vieja casa por las autoridades, éste se entregó voluntariamente.
En el proceso, celebrado en la Audiencia de Kassel durante dos meses -diciembre y enero del 2004- Meiwes fue condenado a un total de ocho años y medio de prisión, aunque es posible que este tiempo se reduzca si demuestra buen comportamiento.
Según afirma la Fiscalía, el juicio representa un hito en la historia penal internacional, al no ser el canibalismo tipificado como figura delictiva. Éste ha sido el principal obstáculo con el que se ha topado la acusación, que no logró, como pretendía, la cadena perpetua por asesinato con motivación sexual y perturbación del descanso de los muertos. La defensa, por contra, reclamaba el veredicto de homicidio con consentimiento de la víctima.
Sin embargo, la condena, hecha pública a principios de febrero, no satisfizo a ninguna de las partes. El Tribunal, siguiendo un informe psiquiátrico, dictó sentencia a partir de la presunción de la plena capacidad mental del acusado, quedando descartado su internamiento en un centro penitenciario especial. Así, el psiquiatra Georg Stolpmann afirmó que el acusado era perfectamente imputable, si bien padecía un grave problema psicológico que le impedía pensar de forma racional.
El acusado, gélido durante el juicio, declaró que en el sangriento festín él se limitó a participar en un ritual religioso que hizo disfrutar por igual a ambos participantes. Así mismo, Meiwes pidió comprensión pues, según él, el origen de su trastorno se debe al trauma de no haber tenido un hermano, algo que realmente “me perteneciera”. El acto caníbal, a su entender, constituía un modo de “unirse para siempre a alguien”.
Sin embargo, los peritos que fueron desfilando durante el juicio contradijeron esta interpretación. Stolpmann, por ejemplo, atribuyó a problemas de trato con los demás el comportamiento del acusado y describió de un modo muy distinto la motivación del caníbal: “Es un sentimiento dominador extraordinario poder cortar a otro en trozos”.
La autora de este texto es Ana Sanel. Leer noticia completa y ver hilo de debate en mundomisterio.com.
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