Con la Iglesia y el obispo de Solsona hemos topado
Personas de una institución que promulgan la paz y el amor no son capaces de practicar lo más mínimo la empatía
Cuentan que Don Quijote le dijo a Sancho aquello de “con la Iglesia hemos topado”, aunque me quedé ojiplático cuando descubrí que mi profe de literatura no me contó que en realidad Alonso Quijano jamás le dijo eso a Sancho sino más bien “Con la iglesia (en minúsculas, muy importante) hemos dado” refiriéndose a la iglesia de El Toboso, no a la Iglesia como institución. Pero sea como sea, la frase, a pesar de los siglos trascurridos, continúa siendo una verdad más grande que la catedral de Burgos. La Iglesia todavía es un armazón inamovible al margen de las leyes humanas al que al parecer se le permite todo. Continua anclada en el pasado y de espaldas a aquellos a los que debieran ayudar, capaz de, como dicen, ver la paja en ojo ajeno y no la viga en el propio (San Mateo 7, 3-5; San Lucas 6, 41).
A lo largo de los siglos la Iglesia se ha caracterizado por sufrir un trastorno bipolar galopante. Por una parte proclama la pobreza y la ayuda al necesitado mientras siempre se las han apañado para salir en la foto con los “mandamases” de turno, hablan de respeto y tolerancia cuando no la practican con los que no cumplen sus patrones (vale, por lo menos ya no se quema a nadie, algo es algo), sus jerarcas nadan en la opulencia mientras muchos de los de a pie (os lo puedo asegurar) se las ven y desean para ayudar un poco e intentar justificar lo injustificable del comportamiento de sus altas esferas que casi siguen ancladas en el Concilio de Trento. Pero bueno, creo que no descubro nada a estas horas sobre una institución que ha sido a lo largo de la Historia (y es) capaz de lo mejor y de lo peor. Pensaba que eso de tener un Papa “progre” cambiaría las cosas pero no parece que lo escuchen demasiado.
Cuento todo esto porque, una vez más, se me cayeron los palos del sombrajo al leer que toooodoooo un Obispo de la mayor institución en la tierra se le ha ido la pinza y ha perdido una de esas ocasiones maravillosas para estar calladito. Parece que muchos no han aprendido todavía que si no hablan están más guapos porque abren la boca para decir cualquier cosa, sueltan barbaridades, se produce un holocausto de polumbis y sube el pan.
Resulta que el Obispo de Solsona opina, así, sin pruebas, estudios ni nada que la homosexualidad está relacionada con una figura paterna ausente , desviada, desvanecida (¡tócate las narices!). No acabo de entender lo que dice este señor, ¿Alguien en la sala puede explicármelo? Parece que según el energúmeno lo de la transexualidad es un mito, un “problema” que viene de que una persona no crezca con un padre “a la antigua”, de esos con bigote, despotismo y terror casero. Sólo le faltó decir aquello que ya se ha oído por ahí de que la transexualidad es una “enfermedad” que ha de ser curada. Casi que lo que debería “curarse” en estos tiempos que corren es la homofobia que gentes como él fomentan con sus palabrotas, aprovechando su cada vez más menguada influencia (gracias a Dios, nunca mejor dicho) y sin que se les aplique la legislación que nos aplicarían a cualquiera de nosotros si nos volviésemos locos y pregonásemos la homofobia y el odio (una cosa, si alguna vez lo hago haced el favor de darme una colleja de magnitudes siderales).
Resulta indignante que personas de una institución que promulga la paz y el amor para con el prójimo no sean capaces de practicar lo más mínimo la empatía. ¿De verdad no pueden entender que la sexualidad no es como las matemáticas? No estamos fabricados en serie y aunque pasen cien autobuses de “Hazte Oir” o mil carrozas del desfile LGTB no va a cambiar identidad sexual de nadie (o por lo menos no debería). Cada cual vive la sexualidad como le dicta el cerebro, que para eso es el mayor órgano sexual que tenemos, y sus sentimientos no necesariamente tendrán que ver con los órganos que le vienen “de serie” ni con el DNI que le hayan puesto en la cartera. La identidad sexual no entiende a razones ni a lógicas impuestas por nadie. Cada uno es como es y a partir de asumir esto podemos hablar de respeto.
Parece ser que esta gente a la que le encanta pontificar sin siquiera sabe de qué habla. No parecen entender el sufrimiento de millones de personas que no pueden manifestarse libremente porque padecen los resultados de la homofobia que están alimentando, ruidosa o silenciosa, que va royendo el alma poco a poco, y en no pocos casos lleva a la marginación o hasta al suicidio de los afectados que se ven en un callejón sin salida, víctimas de la incomprensión. Igual muchos deberíamos ir aprendiendo lo que de verdad significa la palabra RESPETO, esa que piden de forma unidireccional cuando se sienten acorralados o cuando se empeñan en que les marquemos la famosa X en la declaración de la renta. Esos que siguen sin darse cuenta de que las quejas que puedan sufrir no son más que leves respuestas al martilleo constante, día sí, día también, que reciben muchos colectivos a los que atacan con sus palabras envenenadas.
Si, es grave que en pleno SXXI todavía tengamos que vivir la homofobia pero más todavía lo es si viene de por parte de señores con sotana que parecen vivir en SU mundo aparte, cuando muchos debieran callarse y esconderse bajo tierra por esos escándalos de los que pagan el pato demasiados inocentes. Se creen con poder moral sobre millones de personas en este planeta y con sus declaraciones no hacen más que provocar la repulsa hacia la institución que ellos representan. Con su discurso medieval y sin sentido dejan a los pies de los caballos a los están cada día a pie de calle mientras sus superiores no mueven un dedo para desmentirlos inmediatamente.
* Salva Colecha es autor del blog "En zapatillas de andar por casa".
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