De pimientos, de luna y de estrellas - Relato literario de Eva Borondo
Cielo negro, sin estrellas, el de las ciudades siempre es así. Tampoco había luna y si existía no la podía ver
Patricia y Cécile, la francesa, seguían durmiendo y dejando reposar el alcohol en sangre, después de una noche aburrida, pero llena de excesos.
Como las mañanas de resaca no parecen favorecer el diálogo ni el sentido del humor, las dos se fueron después de haber desayunado café y tostadas y Berta volvió luego a meterse en la cama para intentar recuperarse.
A las ocho de la tarde seguía el olor de los pimientos en su casa y se duchó, vistió y salió a la calle, a caminar, de aquí para allá, sin rumbo. Iba lenta y la gente la atropellaba con empujones ansiosos. Torció para una plaza tranquila y se sentó. A los diez minutos un hombre mayor ocupó el mismo banco. Quería hablar. Ella no. Se levantó y se fue.
Ya cerca del portal de su casa miró hacia arriba con dificultad, le dolía la cabeza y el cuello parecía estar aterido. Cielo negro, sin estrellas, el de las ciudades siempre es así. Tampoco había luna y si existía no la podía ver.
Abrió y se encontró con la vecina de los pimientos. El olor permanecía. Sonriente, iba a tirar la basura. Parecía que era ella quien guardaba la luna y las estrellas en su casa.
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