Dentro de 400 años, cuando se hable de fútbol, se hablará de Garrincha
Su pierna izquierda era seis centímetros más corta que la derecha y estaba flexionada hacia la derecha
“Hay un sentimiento nacional de culpa. Él nunca abandonó sus raíces populares. Fue explotado por el fútbol y se convirtió en el símbolo de la mayoría de los brasileños, que también son explotados”, explicó el antropólogo José Sergio. “Dentro de 400 años, cuando se hable de fútbol, se hablará de Garrincha”, sentenció João Saldanha, el seleccionador que llevó a Brasil al Mundial de México 70. “Le gustaba la cerveza y el aguardiente, pero odiaba ser elogiado”, remachó esta semana su primer entrenador en el Esporte Clube de Pau Grande, Seu Toti, de 85 años.
Su pierna izquierda era seis centímetros más corta que la derecha y estaba flexionada hacia la derecha. Además, Manuel Francisco dos Santos, Mané, fue adicto al tabaco desde los 10 años. Garrincha, sin embargo, nunca fue un débil mental como lo caricaturizaron, sino un hombre a la deriva azotado por la depresión y la bebida. A menudo le sugirieron que se moderara, a lo que contestó: “Yo no vivo la vida, la vida me vive a mí”.
Mané se casó tres veces y tuvo 14 hijos reconocidos. Ocho hijas de su primer matrimonio con Nair; uno de Elsa Soares (Garrinchinha, fallecido en accidente de tráfico); dos con Iraci; otro con Vanderleia; otro en Suecia (Ulf Linberg, fruto de un romance en la Copa del Mundo de 1958), y Rosangela, reconocida por una prueba de ADN. Aunque su alma gemela fue Elsa Soares, una leyenda de la samba que había cantado con Louis Armstrong. Su relación, que duró 15 años, coincidió con sus demandas de más salario al Botafogo, lo que fue aprovechado por los radicales para hostigar a la pareja, que se trasladó a Italia.
Garrincha pasó la infancia cazando, pescando, haciendo el amor y jugando al fútbol. Tenía, dice el escritor Eduardo Galeano, un talento intuitivo para todo. A los 14 años trabajaba en una fábrica textil. Y pensaba que el fútbol no hay que tomarlo seriamente. Cuando Brasil se sumió en el drama del Maracanazo (la derrota ante Uruguay en la final del Mundial de 1950), prefirió irse de pesca antes de oír el partido por la radio. Fue a probar displicentemente en los clubes de Río. El Vasco lo rechazó por no traerse las botas. Del Fluminense se marchó antes de terminar la sesión para pillar el último tren. Y, ya con 19 años, probó en el Botafogo y se quedó: 609 partidos y 252 goles.
“Maestro, ¿hoy es la final?”, le preguntó al seleccionador, Aymore Moreira, antes de la del Mundial de Chile 62. “Ah, con razón hay tanta gente”, respondió Garrincha antes de vencer a Checoslovaquia (3-1). Tal era su desapego de la solemnidad del fútbol que, tras el partido, se rezagó y recibió la embestida de un reportero: “Por favor, dos palabras para este micrófono”. El hombre al que aplaudía el mundo se detuvo y replicó: “¿Dos palabras? Adiós, micrófono”.
Participó en tres Copas del Mundo: Suecia 58, Chile 62 e Inglaterra 66. Ganó las dos primeras. En Suecia compartió una delantera sublime con Didí, Vavá, Pelé y Zagallo. Disputó 60 partidos con Brasil, de los que ganó 52, empató siete y perdió uno: contra Hungría (3-1) en Inglaterra 66. Marcó 17 goles. Se situaba en el extremo derecho y repetía la misma jugada. Amagaba para un lado y otro, salía disparado y se frenaba en seco, simplemente para salir disparado hacia otro lugar. Enseñó a reír a los aficionados.
No disputó los dos primeros partidos del Mundial de Suecia 58. Ni tampoco Pelé. Brasil había llegado todavía bajo el síndrome del Maracanazo. La confederación brasileña llevó médicos, preparadores físicos y psicólogos. Y todos coincidían: “Garrincha no está preparado”. Sólo la intervención de sus compañeros ante el seleccionador, Vicente Feola, permitió que debutaran ante la Unión Soviética. Era la época del Sputnik y del acercamiento científico de los soviéticos en la guerra fría. Feola los temía. Pero entre Garrincha y Pelé los pulverizaron. Su compadre Nilton Santos lo recuerda así: “Los soviéticos nos marcaban al hombre, pero, de repente, comenzaron a amontonar gente en el lado izquierdo de su defensa”. Fue el inicio de una era gloriosa para Brasil, que batió a Suecia en la final (5-2). Cuatro años después, la canarinha llevó casi el mismo equipo a Chile 62. Pelé se lesionó en el segundo partido y Garrincha tuvo un ascendente sólo comparable al de Maradona en México 86.
Pelé y Garrincha fueron dos personalidades opuestas. No hubo un futbolista más amateur en su espíritu que Garrincha. Ni nadie más profesional que Pelé. Garrincha fue incorregible y se peleó con el establishment. Pelé llegó a ser el establishment.
Aficionado a las brincadeiras (bromas), apostador infatigable, bebedor hasta la muerte, Elsa trató sin éxito de controlarlo. “Fue perspicaz, pero jamás tuvo liderazgo”, lo define Gerson Soares, productor de cine e hijo de Elsa, “pero tenía tanta confianza en sí mismo que no sabía ni los nombres de los adversarios”. “Era un hombre tan despierto”, agrega su hijastro, “que, en una excursión con el Botafogo a Europa, en 1955, tomaba cubatas en las barbas del severo entrenador, Zezé Moreyra. ¿Cómo? Añadiendo ron en la garrafa de Coca Cola que tomaba una tras otra en el lujoso transatlántico Conte Grande”.
Soares cuenta hilarantes anécdotas sobre él. A Casado, un camarero del Botafogo al que no se le había caído una bandeja en 25 años, Garrincha se empeñó en que sufriera una primera vez. Apostó con sus compañeros a que lo lograría. Lo agarró por detrás gritándole que quería hacer el amor con él. Pero Casado resistió: no se le cayó la bandeja.
Mané jugó desde 1953 hasta 1972. Hasta los 29 años fue indestructible ante el alcohol, la cortisona y las patadas. Pero se operó de los dos meniscos y todo acabó. Dos agentes bancarios fueron a su casa en Pau Grande y encontraron dinero pudriéndose en los armarios. El Botafogo también se aprovechó de él pagándole menos de lo que merecía. “Garrincha murió de su propia muerte: pobre, borracho y solo”, sentenció Galeano. Fuente original de este artículo en El País.
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