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 03/01/2014

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Doménikos Theotokópoulos, el pintor de las mil caras

El cuarto centenario de la muerte de El Greco permitirá en 2014 volver a su obra sin tópicos


De pie ante la reja que separa el coro del resto de la iglesia, la superiora de Santo Domingo el Antiguo se queja de que la gente no va a ver sus grecos. “Toledo está muy comercializado y el turismo va a cinco cosas. Aquí no vienen porque no saben, porque no los traen o porque se pierden”, explica María del Pilar García-Argudo, de 73 años, la mujer que está al frente de las 11 monjas cistercienses que habitan el convento en el que ella ingresó en 1962. Mientras dos de sus compañeras pliegan cajas para mazapanes al calor de una estufa, la superiora avisa humildemente de que ella cuenta “la tradición, no la historia”, que la historia la sabía una compañera suya que murió. A veces la tradición y la historia coinciden. A veces, no. No coinciden, por ejemplo, en que la cripta que señala la monja a los pies de la reja contenga los restos de El Greco. Es cierto que Santo Domingo el Antiguo fue el lugar en el que lo enterraron tras su muerte el 7 de abril de 1614 y para el que pintó uno de sus últimos grandes cuadros —la Adoración de los pastores que hoy cuelga en el Museo del Prado—, pero también es cierto que cuatro años después las monjas pidieron a su hijo que se llevara los restos.
Puede que los operadores turísticos no hagan justicia al convento, pero los historiadores no dejan de señalarlo como un hito en la carrera del artista cretense. No en vano fue uno de sus tres primeros trabajos a su llegada a España en 1577. La injusticia del turismo moderno queda patente si pensamos que los otros dos fueron sendos encargos de la catedral de Toledo para su sacristíaEl expolio de Cristo que, recién restaurado, puede verse en el Prado hasta el 15 de enero— y de Felipe II para El Escorial —El martirio de San Mauricio—. Apenas instalado en la Ciudad Imperial, Doménikos Theotocópulos se centró en El expolio y en los trabajos para Santo Domingo el Antiguo: el retablo mayor y dos laterales, es decir, un pedido que suponía la ejecución de ocho lienzos. Hoy el convento conserva tres. El resto son copias cuyos originales están en Madrid, Chicago o San Petersburgo. Además de un hito, el convento es, así, un buen resumen de la suerte de El Greco: su vinculación a Toledo, los pleitos con sus clientes, la dispersión de su obra.
Cuando alguien se acerca a preguntarle por los grecos que quedan en el altar mayor, la madre María del Pilar señala los dos rotundos juanes, el bautista y el evangelista. Luego, sin que nadie pregunte, se justifica sobre los ausentes: “¿Que salieron cuadros? Pues claro que salieron. ¿Iban a estar los cuadros ahí y aquí las personas pasando penurias? Cuando yo entré en el convento hace cincuenta años había ratas como liebres. Ahora vivimos de esto y de aquello”, dice señalando los dulces, “pero entonces la gente no nos daba nada. Ni trabajo nos daban”.
Donde hay trabajo estos días es en la sacristía de la catedral. Acaba de terminar la restauración de los frescos de Lucas Jordán en la bóveda y, entre andamios, todos esperan la vuelta del Expolio, un cuadro que impone incluso por el vacío que dejan en la pared sus casi tres metros de altura. A su lado estarán El prendimiento de Cristo por Goya —ya colgado— y las 13 telas de uno de los varios apostolados pintados por El Greco y sus ayudantes. Lo cuenta en su despacho el deán, Juan Sánchez, al que le gustaría reabrir la sacristía el 23 de enero, día de san Ildefonso, patrón de la ciudad. “¿A qué es la estrella?”, pregunta destacando las virtudes del Expolio, cuyo precio provocó en su día un pleito sonado entre la catedral y el cretense. El cabildo lo tasó en 227 ducados, el pintor reclamaba 900. Tras meses de disputa, una amenaza de cárcel templó las pretensiones del artista. “Esas cosas pasan. También yo les pido a los albañiles que trabajan en la sacristía que se moderen”, dice el deán para zanjar las viejas desavenencias entre sus predecesores del siglo XVII y su actual estrella. “En El Escorial no lo entendieron, pero en Toledo se le recogió”, añade refiriéndose a otra de las puertas que se le cerraron al cretense al poco de llegar a España. Si la catedral toledana era un cliente deseado, el más deseado era El Escorial, en plena construcción. Para ese monasterio Felipe II encargó a El Greco El martirio de san Mauricio, una obra que pagó generosamente, pero que desterró de su destino original. Ni al Greco le gustó la arquitectura de El Escorial, ni al rey le gustó el cuadro de El Greco. El autor de este texto es Javier Rodríguez Marcos. Leer artículo completo y ver hilo de debate en elpais.com.

 
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