Dos cambiando las cosas - Relato literario de Eva Borondo
"Ella le explicó lo esperable, que trabajaba mucho para los bancos, dando horas de su vida para limpiar a los que la limpiaban a ella"
Estaban sentadas en el movido suelo engomado de una furgoneta blanca sin matrícula.Me das pena. Esas tres palabras que le dijo la prostituta provocaron en Tarsiana un malestar perpetuo.
Todos somos conscientes del poder de las palabras, mágicas, simples sonidos que remueven estómagos y conciencias allí donde los hay.
Me das pena, le dijo la prostituta Isobela, la negra que hacía cinco meses se había mudado a su bloque a vivir en el segundo piso, con las dos putas de Málaga.
Isobela y Tarsiana se encontraban siempre en la misma parada de autobús porque así lo había querido la negra, después de comprobar que las 19:15 era la hora en la que la limpiadora terminaba su faena en el bloque de oficinas del banco de la Gran Plaza.
Fue una primera noche cuando Isobela descubrió que las dos vivían en el mismo edificio, tras caminar todo el tiempo separadas unos metros.
Hicieron el mismo recorrido juntas cuatro noches y, a la quinta, la negra le soltó sin mediar palabra alguna antes el “Me das pena”.
¿Qué? Tarsiana la había oído, pero como Isobela no quiso hablar más, no se dijo nada hasta la noche siguiente.
Eran las 19:10 y Tarsiana esperaba a Isobela por primera vez y su intranquilidad resultaba ridícula a los ojos de cualquiera, porque siempre se ve estúpido a alguien que está esperando con el sólo objetivo de soltar palabras.
A las 19:20 pasó el autobús, pero Isobela no estaba allí. Así que, aunque cansada, lo dejó pasar, pero cogió sola el de las 19:40.
Toda la ofuscación se le pasó cuando llegó a su casa y se medio acostó en el sofá para comer un bocadillo de tortilla, tomate y jamón.
Luego, volvió para tomar un yogurt dulce mientras escuchaba las voces de la tele que disponían un segundo plano en su vida de abstracción en el que era posible un poco de felicidad.
A la una y pico estaba en su dormitorio, pero su sueño era superficial como la brisa de un abanico, que es fácil de detectar cuando para.
A la una y pico la puerta del bloque sonó al cerrarse como si hubiera caído la vidriera de una catedral y escuchó los pasos de tacones y la puerta encima de ella y voces que lloraban y gritos.
Tarsiana subió y llamó a la puerta. Silencio. Una de las putas abrió y le pidió explicación a su presencia. Tarsiana le preguntó: ¿ha llegado la negrita? Isobela salió con aspecto de haber sido golpeada y violada, el aspecto de una muerta viva, y Tarsiana la abrazó.
¿Por qué te doy pena? Preguntó temerosa Tarsiana, después de haber bebido un whisky flojo con Isobela. Ella le explicó lo esperable, que trabajaba mucho para los bancos, dando horas de su vida para limpiar a los que la limpiaban a ella. Tarsiana le habló de lo indigno del trabajo de Isobela, vendiendo su alma a los hombres.
¿Mi alma? No, cariño, sólo mi cuerpo. ¿Y qué es tu cuerpo, sino tu alma? le increpó Tarsiana.
Esa conversación fue el interruptor que encendió el atraco al banco, que ya había sido planeado antes por un amigo colombiano de la negra, y es por eso que encontramos ahora a las dos mujeres en la furgoneta blanca, sin matrícula, dirección al edificio de oficinas que Tarsiana limpiaba.
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