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 04/07/2015

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El 80% de las mujeres de la India rural se dedica al campo, pero sólo 1 de cada 8 hereda las tierras

Yerramma Narasimhulu: “Hemos nacido para trabajar y hay que ser valiente, si no, no podría ganarme la vida”


Una mañana hace cuatro años, Yerramma Narasimhulu despertó y encontró a su marido paralizado. “Dormíamos en una choza en la que vivíamos junto a nuestro terreno. Se fue a dormir sano y al día siguiente a penas podía hablar o moverse”.  Desde entonces, esta campesina del pueblo de Mudigallu, en la región de Kalyandurg, no sólo lleva la casa y cuida de su marido enfermo, también gestiona y cultiva sus dos terrenos con la ayuda de sus hijos adolescentes. En 2012, la Fundación Vicente Ferrer (FVF) le instaló el riego por goteo y ahora cuenta con una fuente de ingresos más segura.
Yerramma tenía ya un sistema de riego por aspersión que le había subvencionado el Gobierno. Pero en una reunión informativa, empleados de la Fundación explicaron las ventajas del riego por goteo, un método con un 85% de eficiencia, frente al 70% del riego por aspersión. “Teníamos un pozo y una bomba para extraer el agua. Fue fácil decidirse, ya que la inversión era  mínima y sólo fue necesario instalar las tuberías”, explica Yerramma.
 
Sistemas de microirrigación, una solución de futuro
La Fundación cuenta con un programa de ayudas para financiar la instalación de los sistemas de en el que los campesinos contribuyen con una cantidad voluntaria por acre de terreno y según las posibilidades económicas de cada familia. Para poder ayudar a un mayor número de campesinos, el sistema se instala en un máximo de dos acres de terreno. “Tengo cinco acres de terreno cultivable, así que también he solicitado una ayuda estatal. Hace ya dos años de esto y todavía no he tenido respuesta, pero si llegara podría instalar el riego en el resto del campo y tener más beneficios”. En Mudigallu, 23 agricultores se han beneficiado del proyecto de instalación de sistemas de microirrigación de la FVF.
La Fundación hace también un estudio geológico de la finca y asesora a los campesinos sobre qué cultivos plantar. “Tal y como me aconsejó la horticultora de la Fundación, ahora me centro en dos tipos de cosechas. Cultivo cacahuetes, que dan su fruto en unos cuatro meses, y tomates, que me permiten tener beneficios a corto plazo. La diversidad de cultivos me ha cambiado la vida. La segunda vez que cultivé tomates, ya tuve unos beneficios de 20.000 rupias”, cuenta Yerramma con orgullo.
El día a día de Yerramma es largo y cansado. “Me levanto a las cuatro de la mañana para cocinar el desayuno y la comida para todo el día. A las 9 me voy al campo con mis hijos, hasta las cinco”. Cuando su marido quedó paralizado, la familia volvió a vivir a su casa del pueblo. “El terreno está a 8 km de distancia y tardo una hora en llegar andando. Cuando tengo dinero vuelvo con rickshaw”. Esto ocurre pocas veces. Si bien Yerramma puede alimentar a su familia tres veces al día, el estado de salud de su marido hace que cada beneficio extra se destine a pagar las facturas médicas. El resto es para repagar la inversión que hace para cada cosecha.
 
La propiedad y la mujer
Pese a todo, Yerramma es una mujer con suerte. “Mis padres también eran campesinos y al morir dejaron una pequeña finca a mi nombre”. Aunque el 80% de las mujeres de la India rural se dedica al campo, es raro que acaben heredando la tierra que han cuidado durante años y con la que se han ganado la vida. En Andhra Pradesh, sólo una de cada ocho mujeres cuyos padres poseen terreno agrícola acaba heredándolo.
El terreno en el que ha instalado el riego por goteo y la casa del pueblo también están a su nombre. “Compramos las propiedades entre los dos pero mi marido siempre insistió en que estuviera todo a mi nombre. Aquí los hijos no se hacen cargo de las madres cuando son mayores. De esta forma tengo seguridad".
En una sociedad tan patriarcal como la india, Yerramma es el cabeza de familia en su casa. Sus hijos, de quien se siente “orgullosa”, entregan todo el dinero a su madre. Ella gestiona la tierra, las finanzas, la casa y la familia. Y lo hace con la dedicación y la perseverancia del que no tiene más opción que luchar para tirar adelante. “Hemos nacido para trabajar y hay que ser valiente, si no, no podría ganarme la vida. Trabajaré en el campo mientras pueda, luego mis  hijos cuidarán de mi”, dice con satisfacción.
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