El asedio de Numancia

Viernes, 15 de marzo de 2013 | e6d.es
• Esta lucha ha dejado huella en la lengua española, que acoge el adjetivo ‘numantino’ con el significado ‘que resiste con tenacidad hasta el final, a menudo en condiciones precarias’

Año 133 a.C., cuatro mil soldados celtíberos, sus mujeres y sus hijos se mueren de hambre tras las murallas de su ciudad, Numancia. Rodeados por 60.000 mil legionarios romanos al mando del general Escipión tienen todas las de perder pero, ¿cómo habían llegado a esa situación?
Numancia, ciudad de los arévacos, (tribu prerromana perteneciente a la familia de los celtíberos), situada entre el sistema Ibérico y el valle del Duero. Era ya una de las pocas ciudades que aún permanecían independientes, pues ya los romanos habían conquistado y sometido gran parte de la península.
El año 153 a. C., los habitantes de Segeda, capital de los Belos (otra tribu prerromana), dilataba el envío de soldados para servir en el ejército romano y se negaba a pagar impuestos al tiempo que ampliaba las fortificaciones iniciando la construcción de una nueva muralla.
El Senado mandó al cónsul Fulvio Nobilior con un numeroso ejército de 30.000 soldados; el hecho de que se empleara un contingente tan grande hace pensar que se buscaba un objetivo más importante que el de castigar a la pequeña ciudad. La llegada de este gran ejército obligó a los segedenses a abandonar sus casas y sus pertenencias y a refugiarse en territorio de los arévacos, a los que pidieron que mediaran en el conflicto, lo cual no dio ningún resultado. Así, los arévacos  se aliaron con los segedenses y con el caudillo segedense llamado Caro como jefe se enfrentaron a las tropas romanas derrotándolas y ocasionando más de 6.000 bajas entre los romanos, pero también la muerte del mismo Caro.
Por aquel entonces, los arévacos disponían de unos 20.000 soldados a pie y 5.000 jinetes. Las fuerzas de Roma con Fulvio Nobilior comandándolas empezaron entonces el asedio a la ciudad, para lo que contaba, además de con su ejército, con 10 elefantes que el rey númida Masinisa, aliado de Roma, le había enviado.
Estos elefantes fueron los que decantaron la balanza, pues aunque en un principio aterrorizaron a los soldados defensores de Numancia que nunca habían visto semejantes bestias consiguieron herir a una de ellas que enfurecida se volvió contra sus propias filas sembrando el caos entre las organizadas filas romanas, esto fue aprovechado por los arévacos para atacar e infringir una severa derrota a los romanos con más de 4.000 bajas.
Ante esto, Roma compró la paz a base de grandes sumas de dinero, pues no podía con tantos frentes abiertos; recordemos que Viriato y los Lusitanos también espoleaban al poder de Roma. Esta fue la política que siguieron hasta el 141 a. C.
En este año, el nuevo cónsul Quinto Pompeyo Aulo, intentó de nuevo el sometimiento de los rebeldes, pero lo único que consiguió fue estrellarse contra las murallas de Numancia y Termancia. Popilio Laenas, el cónsul que le sucedió, atacó en 139 a. C.  Numancia, pero tras ser derrotado decidió saquear los campos de cereales de los vacceos para justificar su actividad militar. La ineptitud militar llegó a su punto más alto con Cayo Hostilio Mancino en el 138 a. C., quien atacó a Numancia con más de 20.000 hombres y al retirarse fue rodeado por los numantinos, menos de 4.000, y tuvo que capitular para salvar su vida y la de los soldados. Los numantinos se limitaron a desarmar al ejército romano a cambio de la paz. Como castigo, la propia Roma le devolvió desnudo con las manos atadas a la espalda ante las murallas de Numancia para que los arévacos hicieran lo que quisieran con él.
La suerte que corrió Mancino hizo que los posteriores cónsules se lo pensaran mucho e incluso desistieran de volver a atacar en muchos años este reducto rebelde.
Finalmente Roma se reorganizó y quiso vengarse de tantas afrentas sufridas en el campo de batalla y pensó en enviar a su mejor soldado y estratega, Publio Cornelio Escipión, nieto adoptivo del vencedor de Cartago, el otro Publio Cornelio Escipión ‘el Africano’, y por eso le llamaban ‘El africano menor’.
El autor de este texto es Pedro de Mingo. Leer artículo completo y ver hilo de debate en espanaeterna.blogspot.com.