La importancia de la jerarquía es algo que todos aprendemos desde la infancia. En los primates no humanos, el rango social determina el orden de acceso a los alimentos y la pareja. En los seres humanos tampoco hay muchas diferencias: las jerarquías sociales influyen en nuestra posición en todas partes, desde la escuela al lugar de trabajo. Y durante mucho tiempo también en la “elección” de pareja. No hay que olvidar que el amor romántico es un “invento” moderno y durante mucho tiempo los matrimonios se hacían por conveniencia, para afianzar alianzas y relaciones de poder. Incluso hoy en día el estatus tiene una peso claro y directo en nuestro bienestar y la salud mental. Claro que todo tiene una doble lectura: si la vida en el peldaño más bajo puede ser estresante, vivir en la parte superior no está exenta de “quebraderos de cabeza”, porque requiere actos cuidadosos de equilibrio y la formación de alianzas para mantenerse arriba. Los seguidores de la serie “Isabel” estarán familiarizados con estas tramas de poder, que por cierto dan la impresión de no haber cambiado mucho con el paso de los siglos…
A pesar de su constancia en el tiempo y de la influencia que tiene en nuestras vidas, se sabe muy poco sobre la relación entre estos rangos sociales y el funcionamiento de nuestro cerebro. Una investigación de la Universidad de Oxford publicada en PLoS Biology muestra precisamente cómo vivir en los extremos opuestos de las jerarquías sociales se vincula a variaciones en redes específicas del cerebro.
Al parecer, hay diferencias entre los cerebros de individuos de distinto estatus social. Cuanto más alto está en el “organigrama” un individuo, más grandes son algunas regiones concretas de su cerebro. Este circuito “dominante” esta formado por estructuras subcorticales, más primitivas, comunes a diversas especies de vertebrados. Incluye la amígdala, núcleos del rafe y el hipotálamo.
La amígdala está implicada en la vigilancia, el procesamiento de la información social y emocional y en la puesta en marcha de repuestas rápidas e instintivas de lucha o huida. El núcleo del rafe y el hipotálamo se encargan del control de neurotransmisores y hormonas, como la serotonina y la oxitocina. Esta última, por cierto, es “famosa” por su papel en el establecimiento de lazos sociales.
Pero también hay variaciones en este circuito específico en la cabeza de los “subordinados”: En este caso es el cuerpo estriado el que aumenta de tamaño. Esta estructura, que forma parte de los núcleos basales, implicados en la motivación y el movimiento, juega un papel complejo y muy importante en el aprendizaje acerca del valor de nuestras decisiones y acciones. En otras palabras, valora las consecuencias de nuestras acciones y aprende de ellas.
No sólo varía la estructura de estos circuitos en función de la posición en la jerarquía social. La fuerza con que las distintas regiones del cerebro se conectan entre sí también depende del estatus social al que se pertenece. Es decir, que la posición que uno ocupa en un grupo no sólo se refleja en la estructura, el hardware, sino también en el patrón de conexiones (software) del cerebro.
Junto con el lugar que ocupamos en el escalafón, el tamaño del grupo al que pertenecemos deja huella en nuestro cerebro y crea diferencias en otra red específica. En este caso, importante en los aspectos estratégicos de la conducta social. Integran esta otra red las regiones que rigen las interacciones sociales y están implicadas en la interpretación de las expresiones faciales o los gestos, la comprensión de las intenciones de los demás y la predicción de su comportamiento.
Esta segunda red neuronal, localizada en la corteza cerebral, la parte más evolucionada del cerebro, incluye la materia gris de las regiones implicadas en la cognición social, como el giro temporal superior y medio y la corteza prefrontal rostral. A diferencia de la red implicada en el estatus social (dominancia/sumisión) que varía sólo en relación al estatus social, esta, más “social”, varía también en función del tamaño del grupo al que pertenecemos.
“Esto puede significar que el estatus social no sólo depende de interacciones sociales competitivas (lucha o huida), sino que también se basa en lazos sociales que promueven la formación de coaliciones”, explica Matthew Rushworth, uno de los autores del trabajo. “La correlación con el tamaño del grupo y el estatus social apunta a que este conjunto de regiones del cerebro puede coordinar el comportamiento que une estas dos variables sociales”.
Está “impronta” asociada a la jerarquía y tamaño del grupo sugiere que en cada extremo de la escala social hay demandas específicas que hacen que el cerebro se moldee de forma diferente para lidiar con las distintas situaciones que se plantean. Saber moverse por el “escalafón” y escalar posiciones requiere astucia, inteligencia y la planificación de estrategias. “En su obra ‘El Príncipe’, Maquiavelo argumentaba que los rasgos más útiles para alcanzar el poder y mantenerse en él son la manipulación y el engaño”, explican Amanda Utevsky y Michael Platt, de la Universidad de Duke (Carolina del Norte), en un comentario que acompaña a la investigación.
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