El charquito de estrellas | Relato literario de Eva Borondo
“Nos tendimos en las toallas un poco incómodas y yo ya no tenía ganas de dormir y te empecé a hablar, pero ya no me escuchabas”
Me despertó la luz y el calor dentro del barquito de pesca de Nikolai. Ya llevábamos más de media hora embarcados cuando abrí mis ojos y apenas podía ver nada porque era todo blanco y brillante.
Salimos de Adamas, el puerto de las isla de Milos, sobre las diez. No quedaban ferries para llevarnos a dar una vuelta por la costa, pero Sofía, la gerente de nuestro hotel, convenció a Nikolaos (que nosotras llamábamos Nikolai) para que nos dejara acompañarle en su barco pesquero por la costa noroccidental, poco turística por su difícil acceso, pero que tenía unas vistas preciosas.
Llegamos en taxi hasta el puerto y allí nos recibió Nikolai con una gorra de capitán antigua, de esa blancas que se ponen algunos viejos en la playa para mantener el tipo elegante con el que no se ven en bañador.
Nosotras no estábamos en los planes del patrón, que hoy no salía de pesca, sino a recoger un encargo en un punto de la isla; por eso nos recibió amable por el dinero que le dimos, pero sin la excitación propia de los agentes turísticos.
Después del viaje de avión tan pesado que habíamos tenido, estaba cansada y me quedé dormida con la brisa fresca y la cegadora luz plateada que inundaba toda la embarcación por el reflejo del sol, todavía bajo, en las aguas marinas.
Cuando desperté y no vi nada al principio, sólo el blanco brillante, le pregunté a Nikolai por ti y me dijo en un inglés pobre, que yo agradecí, que estabas buscando algo para comer dentro y un rato después te vi salir con unos bocatas y unos refrescos.
Llegamos por fin al punto donde Nikolai había quedado con otro barco para recoger el encargo, un sitio solitario de roca de lava blanca, sin arena. Nos animó a que diéramos una vuelta por ahí y que tomáramos el sol, que nos esperaría en dos horas.
Así que escalamos la roca con dificultad hasta llegar a una especie de arco que hacía sombra, muy alto, desde donde podíamos ver el barquito.
Nos tendimos en las toallas un poco incómodas y yo ya no tenía ganas de dormir y te empecé a hablar, pero ya no me escuchabas. Tenías los ojos cerrados y una cara de auténtica felicidad.
Así que volví a bajar, pero esta vez por otro camino y encontré un agujero en la roca que comunicaba bajo tierra con el mar. Parecía una piscina y te grité para que vinieras y nos bañamos. Abriste los ojos debajo del mar y viste un grupo de estrellas. Cogiste una y la examinaste con atención. Luego la volviste a dejar porque no querías que muriera.
Cuando fue la hora quisimos volver al barco, pero nos quedamos escondidas porque Nikolai estaba atareado con un hombre de acento italiano que había llegado en un velero y que le estaba pasando un tipo de mercancía.
El italiano se marchó y volvimos al barco. Nikolai estaba muy contento ahora y nos invitó a un cóctel de ron con limón. Le preguntamos y nos dijo que eran negocios, simplemente. Puso rumbo a puerto y empezó a contarnos leyendas de la isla y la historia del descubrimiento de la Venus de Milo, etc.
Faltaba una hora para llegar cuando nos hizo señales una patrulla de policía con intención de que parásemos. Entonces Nikolai se puso muy nervioso y nos pidió que no dijéramos nada del encuentro con el otro barco, que no transportaba droga ni nada, que si nos callábamos nos diría la verdad, pero que por favor, no dijéramos nada.
Así fue. De todas formas no hubiésemos dicho nada para no meternos en un lío en un país extranjero, tan cercano a Turquía y después de haber visto la película de El expreso de medianoche.
Nikolai se sinceró y nos dijo que había recogido materiales arqueológicos expoliados por los ingleses a Grecia y que él se encargaba de devolver a su origen. Nos enseño una Venus de piedra y unas vasijas y monedas de hacía siglos.
Se quitó la gorra y se rascó su pelo quemado por el sol. Su voz sonaba injuriosa cuando nos empezó a hablar del British Museum y de los frisos del Partenón que exhibía con descaro.
Esa noche cenamos sopa en el hotel y tú me dijiste que te recordaba a un charquito de estrellas, como el que vimos en la isla.
Algunos años después vimos por Internet esta noticia:
El Director de la primera organización de Medio Ambiente y Conservación del Patrimonio Cultural de Grecia fue detenido ayer como sospechoso de posesión de bienes culturales de procedencia ilícita. Costas Karras, el Presidente de la Sociedad Helena para la Protección del Medio Ambiente y el Patrimonio Cultural, fue puesto bajo custodia de las autoridades después de que la policía entrara en su casa del barrio de Plaka, en el centro de Atenas, y se incautara de 24 objetos de mármol, nueve de plata y diversas monedas de bronce, iconos y libros de contenido religioso de los siglos XVII y XVIII. Estos bienes están siendo analizados en estos momentos por expertos en patrimonio. La policía ha declarado que ninguno de estos objetos constaba en el Registro del Ministerio de Cultura, tal y como obliga la Ley griega. El Sr Karras, de 70 años de edad, declaró a la policía que dichos objetos eran parte del patrimonio de su familia, heredados de generación en generación, y otros habían sido descubiertos por él mismo en su jardín de Plaka. El Sr Karras declarará ante el juez durante el día de hoy.
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