El hamam del amigo de Cervantes renace en Estambul tras su restauración
Jueves, 17 de julio de 2014 | e6d.es
• Bajo la cúpula del almirante
Tanta gente sufre hoy en síndrome de Stendhal ante tantos lugares disímiles que se ha vulgarizado hasta ser algo así como un catarro pandémico, una moda que se pasa enseguida y que se perpetúa con un autorretrato con el teléfono celular (vulgo autofoto, ¡vaya palabro!) ante el objeto arquitectónico de deseo, ya sea antiguo o moderno. Lo cierto es que ese pálpito estético existe y puede llegar su contagio tanto en espacios abiertos como cerrados, aunque mejor es el estremecimiento y la piel de gallina donde hay paredes que contengan desde el aire al flujo de las emociones, si no inexplicables, por lo menos intensamente placenteras, sin descartar un cierto desasosiego. Esto es lo que pasa la primera vez que se está bajo la cúpula de la sala de baños del hamam de Kiliç Ali Pasa, en Estambul.
Cuando logré encontrarlo la primera vez, gracias a la intervención de un guía circunstancial y no profesional, Memek, un filósofo peripatético y aficionado al fútbol que tiene siempre respuestas para todo y soluciones para los grandes problemas del mundo, el hamam estaba ruinoso y decadente, pero lleno de magia interior: la madera crujía y olía a alcanfor. Su fachada clásica con las ristras de delgados ladrillos rojos se alternaba con el mármol que ya no parecía mármol y unos goznes de mohoso hierro secular. En el mundo oriental, la precariedad o recurrencia de algunas fachadas suele desvirtuar lo que se encontrará en el interior, la densidad poderosa de los espacios que preceden. Aquí es cuando llega ese golpe seco en el diafragma, una vez atraviesas la puerta de casetones que quizás allí tienen otro nombre y recuerdan en su diseño muy vivamente a las puertas nazaríes. No son iguales, pero algo tienen de familia. Ahora unas letras doradas muy nuevas (aún la pátina del tiempo no las ha hecho madurar) rezan la fecha de 1580 como año de su fundación. Memek, que no es un guía al uso, resulta realmente un interesado en la historia de su ciudad, a la que ama con un cierto tono de desdén crítico del que luego se disculpa con sus dosis de poesía popular, dice: “Muchos han criticado la restauración del hamam argumentando que ha perdido su sabor, pero yo digo ¿a qué sabe una ruina con goteras? Ahora está precioso”.
Kiliç Ali Pasa es leyenda a pesar de haber existido en carne, turbante y hueso. Kiliç tiene como primera acepción “espada”, pero también se usa para significar muchas más cosas. Todo eso sería más ajeno o distante si no fuera porque Miguel de Cervantes fue su compañero de prisión y de aventuras en Argel y su biografía, contada y cantada desde antiguo, resulta una sucesión de acontecimientos a cual más increíble. Para empezar, se sabe que nació en Calabria en torno a 1519 y que sus progenitores eran buenos cristianos vinculados a la muy notable familia Dionigi-Galenii, en un tiempo donde aún tenían su función las vetustas torres sarracenas por todo el sur de la península hasta Basilicata y visibles desde el Mar Tirreno. En pocas palabras, siendo un jovencito lo capturaron piratas argelinos y lo llevaron a galeras, de donde al parecer escapó dos veces hasta entrar en la servidumbre de Solimán el Magnífico, sultán con fama de cruel. Viendo el panorama, se convirtió en musulmán y se cambió por primera vez el nombre. Ahora se llamaba Uluç Ali, que quiere decir ‘buen converso’, demostrando ser un aguerrido combatiente y navegante hasta que llegamos a la batalla de Lepanto en 1571 donde arrasó con todo lo que se le puso enfrente hasta ser condecorado como almirante mayor, un Kaptan Pasa, que le inspiró a cambiarse el nombre por segunda vez y es así como entra en la literatura de la época. A partir de ahí fue Kiliç Ali. Cervantes y Kiliç se conocen en cautiverio cuando aún se llamaba Uluç y el calabrés vuelve al sitio para liberarlo; a veces esto se cuenta de otro modo y la fantasía llega a poner a Cervantes, encadenado, acarreando piedras para construir el hamam. Cervantes mete a Uluç-Kiliç en el Don Quijote como una muestra más de síntesis del agradecimiento, pero también el almirante está en varios cantares sicilianos, algunos hablan de raptos y hasta hay un “buratino” (marioneta) que lo representa. El autor de este texto es Roger Salas. Leer noticia completa y ver hilo de debate en elpais.com.