El niño nacido para ser rey
La cruzada contra los cátaros había llenado Carcasona de muerte, pero un niño esperaba su oportunidad para hacer historia
Poco a poco las aburridas clases de historias del colegio, de las que apenas recordaba nada, se convirtieron en el patio de recreo. Reyes, reinas, caballeros, pasaron a adornar los imponentes castillos o las rocosas abadías. Loarre , San Juan de la peña o La Aljafería comenzaban a llenarse de épica, magia y fantasía. Un cercano Abalón donde imaginar los pasajes más épicos y dejar galopar la fantasía.
Pero el lugar donde la imaginación puede alumbrar relatos épicos con facilidad era la vieja cité de Carcassone. Así podía comenzar otro cuento:
La puerta de Rodez en Carcasona comenzó a chirriar. Esperando delante de ellas tres caballeros con la capa blanca adornada por una roja cruz Paté ,esperaban pacientemente bajo la lluvia, a que se les permitiese el paso a aquella ciudadela inexpugnable.
Corría el año de nuestro señor de 1214. Bajo la capucha uno de ellos susurraba una vieja oración en latín. Aquel maldito encargo no le gustaba.
La cruzada contra los cátaros había llenado aquellas tierras de muerte y destrucción. Con la excusa de terminar con la herejía Albigense el papa Inocencio III había decretado la guerra santa contra aquellos cristianos impíos. El rey francés, Felipe II, vio una clara oportunidad de ampliar su control en las tierras occitanas que estaban a la sazón bajo el dominio aragonés. Las tropas cruzadas estaban al mando de Simón de Monfort.
Entraban en la guarida del más atroz de los lobos mientras discretamente se santiguaban bajo la capucha. Cuatro años antes el Rey Pedro II había entregado a su primogénito al cuidado del ambicioso Conde de Carcasona, Simon de Monfort. Pretendía de este modo firmar una alianza que terminase con el conflicto. El pacto incluía que el niño se casaría con, Almilcia, su hija .Ratificando así la alianza entre aquella familia y la Corona de Aragón.
Pero aquella tregua no fue posible. El Rey no podía quedar impasible mientras se masacraba indiscriminadamente a sus vasallos.
Tras la batalla de Muret, en la que las tropas Francas comandadas por aquel conde, que en su blasón lucía dos lobos, dieron muerte el rey Aragonés .El heredero legítimo de la corona permanecía en manos de su enemigo que se negaba a liberarlo.
Los tres caballeros entraron en la ciudad portando una misiva del Papa en la que se obligaba a que entregase al niño a estos monjes guerreros. Las crónicas nos cuentan que los nombres de estos maestres fueron Jimeno Cornel, Pedro de Ahones y Guillem de Cervera.
En la plaza de la ciudadela la lluvia había apagado una enorme pira donde varios cuerpos humeaban a medio quemar. Un grupo de hombres lujosamente ataviados se entretenían lanzando piedras a famélicos perros que se arrojaban contra los restos de la hoguera.
-Traemos un mensaje a vuestro Señor- La voz de pedro de Ahones resonó por encima de las carcajadas del grupo.
Uno de los hombres se acercó pausadamente a los jinetes que permanecían en sus monturas diciendo.
-Yo soy a quien buscáis. Acompañadme al salón donde podremos hablar.
Fue una tensa reunión. Al Conde no le hacía ninguna gracia desprenderse de aquella criatura por la que podría pedir un rescate que agrandaría sus dominios hasta hacerlos más grandes que los del propio Rey de Francia.
Junto al fuego un triste niño observaba la escena con un pequeño dragón de madera entre sus manos. Poco después, tres caballos abandonaban las murallas portando al heredero en la grupa de uno de los jinetes. El Señor de Montfort esperó cuatro horas sin parar de dar vueltas. Parecía un Lobo enjaulado esperando para la cacería.
-¡Preparad los caballos salimos a acabar con esas ratas!
-Pero señor no podemos…-le respondió uno de sus hombres- El papa nos excomulgará.
- Estamos en medio de una cruzada. Será sencillo culpar a los herejes albigenses de su muerte.
La escena no la cantaron los juglares, ni la recordaron los cronistas pero en un camino dos caballeros de la Orden cargaron contra seis enemigos para proteger la vida de un infante. Horas después, los cadáveres de dos guerreros yacían junto a los de cuatro caballos. No lejos de allí una patética comitiva regresaba a la ciudad amurallada. Simón de Monfort había caído herido junto a tres más de sus caballeros que cojeando se arrastraban por el enfangado camino. Sus atacantes les habían derribado clavando sus lanzas en sus monturas en lugar de dirigirlas a los jinetes. Fue un ataque muy extraño, casi suicida. Parecía que no quisiesen matar a sus enemigos.
Tras una semana de viaje el niño llegaría finalmente sano y salvo a su destino final. El Gran maestre Guillermo de Montrodon, Juan deMiravell, Luis de Estemariu y otros se ocuparon de la formación como caballero y como Rey de aquel pequeño. La vida del heredero no corrió peligro en la fortaleza que La Orden poseía en Monzón.
* Sergio Solsona es colaborador de El Seis Doble. Su espacio, aquí.
* Sergio Solsona es autor del blog "Maestrazgo templario".
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