El secreto alquímico del Santo Grial
Aquella santa copa guardaba un secreto. Un mensaje que solo la luz y el tiempo podían volver a mostrarnos
No existe búsqueda más arquetípica. Una búsqueda interior, un camino propio, e inexplicable. Hacerlo entender a otro es inútil. Solo quien lo recorre, lo puede asimilar. Solo quien lo vive, pude ser transformado por esa búsqueda. Esa es la parte oculta.
Ese había sido mi camino pero, en esta ocasión, lo que había encontrado, una pequeña parte del iceberg, debía ser mostrado. Algo se debía trasmitir al exterior. El mensaje del Grial debía de ser de nuevo iluminado, para que este a su vez, pudiese servirnos de faro, a todos los que resonamos con esta enseñanza.
He de reconocer que, mis manos temblaban al sujetar aquel objeto. Lo que vi, lo que podía mostrar, era un hallazgo de muchos. Un descubrimiento que no debía ser patrimonio de ningún ego. El secreto más sagrado había re-aparecido. Es ahora, el momento de debelarlo.
Ni ónfalo radiante, ni estirpe sagrada, ni pollas en vinagre. Aquello era mucho más grande que los conceptos creados para vender novelas. Pese a todo este ensayo novelado también compartía ese indigno objetivo.La pregunta ya la había propuesto Cheretien Troyes en su cuento in-acabado ¿A quién se sirve con el Grial?. 700 años después, podíamos contestarla. La propia reliquia tendría la respuesta.
Originalmente no existía aquella búsqueda. El mágico recipiente fue la visión fugaz de un caballero llamado Perceval-Parsifal. Los cantares no decían que fuese la reliquia de la consagración del vino. Había media docena de reliquias, que aseguraban serlo, pero solo una de ellas generó la leyenda.
No era cuestion de sacar manuscritos que nos permitiesen asegurar la procedencia de tal o cual pieza. El único camino era re-leer aquellos poemas y encontrar un objeto que se ajustase en su contexto y en su descripción a lo que los artistas reflejaron. Los dos trovadores, aseguraban estar contando un hecho real. Los dos, tanto el primer autor, Cheretien de Troyes, como Essembach dejaron por escrito que, estas obras, se basaban en textos anteriores. Existía un referente real.
Todo encajaba, la descripción del castillo y, los personajes que aparecían, eran exactos. La conexión, entre los protagonistas y, el promotor de aquel poema, también servía para sustentar la hipótesis. Un hilo lógico y demostrable, que señalaba aquella copa como la que generó la leyenda medieval. El rey pescador, Camelot, la dama del lago, todo ese mundo, en cierto modo, existió.
Fuese o no el cáliz de consagración de Jesús, hubiese o no documentos que lo atestiguasen, lo que era in-apelable es que, la estancia de esta reliquia en San Juan de la Peña, fue la que dio origen a la tradición medieval.
Incluso, por si esto fuera poco, el descubrimiento en 1960 de una enigmática inscripción en la base del Santo Cáliz, demostraría que estamos ante lo descrito por los poetas medievales. En la obra de Wolfran von Essembach, Perceval y el cuento del Grial, se puede leer que existía una inscripción en el Santo Grial.
“El poder maravilloso del Grial asegura la existencia de la comunidad de caballeros. Oíd cómo se sabe quiénes son llamados al Grial. En el borde de la piedra, una inscripción con letras celestiales indica el nombre y el origen, sea muchacha o muchacho, del que está destinado a hacer este viaje de salvación. No hace falta quitar la inscripción, pues, tan pronto como se ha leído, desaparece por sí misma de la vista”.
Pero, para todo investigador honesto, lo que presidia la capilla del Santo Cáliz en Valencia no era “un Grial”. Faltaba una pieza en aquel puzzle. No podía negar que había un problema etimológico trascendental. Nuestros deseos no pueden ponerse delante de la evidencia, nuestra mente no crea realidades.
Existe una dura materia que nos rodea marca nuestra existencia. Cualquier ideal, incluso si se ponía por escrito, de nada servía si no se manifestaba en actos y hechos tangibles. El papel es solo eso, papel y lo soporta todo. La esencia del grial debía ser eso, algo denso y material, que contuviese las connotaciones positivas, de este poderoso significante. Un símbolo de todo aquello que la humanidad asocia a este concepto, casi mitológico.
Si buscaba la verdad o mejor dicho, una verdad, debía ser riguroso con los hechos. No se puede buscar “la verdad”, hay que ir encontrando pequeñas verdades que, como piedras en el camino, te vallan guiando. De todo lo que leas, vivas, y observes, solo una pequeña parte se debe convertir en una certeza. No por la fuente de la que proceda, si no por tu análisis con el corazón y la razón.
No podía pasar por alto la definición que de esta palabra se hizo ya en el siglo XIII. Helinand de Froidmont en su Chronicon nos describe así a este utensilio de cocina:
“Gradalis" o "gradale" en francés, es un plato ancho y hondo, en el cual los alimentos son presentados ceremoniosamente, de a uno por vez, ante un rico durante el desarrollo de la comida. En lengua vernácula se lo llama "greal", el cual satisface y a la vez da la bienvenida a una comida; es de plata o algún metal precioso similar, en tanto que su contenido es una abrumadora serie de costosos manjares”.
Por si esto fuese poco, los versos del trovador alemán decían que el Grial era una roca. La confusión estaba servida.
“El anfitrión dijo: «Sé bien que viven muchos valientes caballeros en Munsalwäsche, junto al Grial. Cabalgan una y otra vez en busca de aventuras. (…)Os diré de qué viven: se alimentan de una piedra, cuya esencia es totalmente pura. Si no la conocéis, os diré su nombre: lapis exillis. Esta piedra se llama también el Grial”.
El camino no debe ser en solitario siempre alguien te enseñará lo que desconoces. No te mires al ombligo, mira al otro y aprende, ese es el verdadero camino interior, observar al exterior para crecer.
La noticia me llegó por sorpresa. La inscripción del santo cáliz se podía leer también en hebreo. Los gravados que se podían ver sobre la roca eran un tipo de caligrafía árabe que se tradujeron como “lilzahira” “Para el que reluce”. Pero un descubrimiento había puesto patas arriba aquella interpretación.
Según Gabriel Songel la inscripción en su reflejo especular se transformaba en grafías hebreas y se traducirían como “JESUA JEHOWA”
El profesor sostenía que aquella versión seria visible en el reflejo superior que se produciría en copa de ágata.
Por si esto fuese poco un estudio sostenía que versión cúfica se parecía demasiado a como se escribiría “Alá Iejuah”. Según argumentaba Juan Agustin Blasco Carbó era tan similar que, cualquier persona que conociese árabe, podría leer esto. Era como si, a una palabra conocida, le borrásemos pequeñas partes de las letras.
Cuestiónatelo todo, intenta mirarlo desde otro ángulo quizás así tengas una perspectiva mejor de las cosas.
Algo no encajaba en aquello. No creo que la versión en hebreo de la inscripción fuese visible en el reflejo del Cáliz. Pese a que me gustase la hipótesis, no lo veía claro. Se trataba de dos superficies convexas. La deformación y la distancia no permitirían que aquel mensaje llegase a ser físicamente visible en el reflejo. Pero, poco a poco, fui construyendo una versión diferente y poco convencional.
Supuse que en San Juan de la Peña se guardaban dos reliquias que se mostraban formando un conjunto. El magnífico estudio de Manuel Beltrán, el primer análisis científico de la pieza, se había equivocado en un detalle. La naveta inferior no era árabe, como postuló. Se trataba de una roca de calcedonia finamente pulida, esta técnica estaba desfasada en el Al-Andalus medieval. Para conseguir una cubertería transparente conocían el vidrio y eran unos maestros en su producción. Podría ser coetánea del cáliz superior. Una piedra pulida de entre el siglo I y II de nuestra era. Quizás, las dos piezas viajaron juntas. Esta parte del Cáliz, sí que es etimológicamente un Grial.
La versión en hebreo no se leería en el reflejo superior, si no que aparecería momentáneamente cuando esta pieza se iluminase desde abajo. Así, en la parte interior de la roca traslucida se leería el mensaje. Esta naveta debía esta originariamente invertida, a como hoy la podemos ver.
Las dos, pudieron formar un conjunto separada. El cáliz superior se colocaría sobre el Grial formando un objeto semi-esférico. Así es como, al describirlo poéticamente, aparecería una piedra brillante y un Grial. Solo sería necesaria una simple vela en el interior, para que, al aparecer en la sala, brillase como una estrella.
Sería Martín el "Humano", el monarca que siglos después la incorporase a la colección de reliquias de la corona, quien cambiaría su aspecto original. Él ordenaría unir las dos piezas, tomando el aspecto en que hoy podemos contemplar.
Confía en la magia, el destino es más poderoso de lo que creemos. Esto también lo aprendí cuando en el capitel de la cena del claustro románico de San Juan de la peña aparece un objeto esférico en la mesa del Señor. No podía creerlo. Esto podía ser una prueba arqueológica de estas especulaciones.
Esperé a la providencia, tarde o temprano, todo encajaría. Nunca podría demostrarlo, eso era lo que pensaba, hasta que alguien me leyó, el primer documento, que nos sitúa esta reliquia en San Juan de la Peña.
Lo citaba Manuel Beltran en su estudio arqueológico de la santa copa.
Estaba fechado en Jaca en noviembre de 1135. Según se puede leer en él, Ramiro II concede a San Juan de la Peña y a Santa María de Ibozar y otras tenencias, como compensación por “per illo calice de lapide precioso et per un urceo similiter de lapide precioso que traxi de sancto Iohanne”.
Este documento parece dejar claro que, en el momento que fue escrito existían don piezas en el monasterio. Un “cálice”, que corresponde a la parte superior de la copa valenciana, y otro objeto descrito como “urceo similiter de lápide precioso”. La palabra “urceo” parece usarse aquí para referirse a la naveta inferior que hoy forma el pie del Cáliz. Así pues, los documentos probarían que el poema se refiere específicamente a esta parte como “un Grial”. Muy probablemente, las dos piezas fuesen consideradas como sagradas reliquias procedentes de los tiempos de Jesús y veneradas como tal.
Si estaba en lo correcto, se podía demostrar fácilmente. Solo había que levantar la venerada copa y iluminarla tenuemente por la parte superior. En la base se verían aparecer, tal y como dice el poema, las letras del cielo. Aquello resultó imposible de lograr. Demasiado fanatismo. La creencias religiosas, aprisionaban la realidad.
También podía pasar que, la piedra fuese excesivamente opaca y, las marcas demasiado superficiales. O peor aún, que nunca pudiese saberlo, que aquello se quedase en una mera especulación.
Si estaba en lo correcto la humanidad habría encontrado una pieza de su pasado. Si no lo estaba, quedaría en una más, de las locas teorías, que los humanos hemos creado sobre el tema. De ser visibles, estos cuatro símbolos en la parte interna, sería la prueba de que, los poderes supuesta mente mágicos que la literatura medieval adjudicaba a este objeto, procedían de aquel efecto óptico, diseñado para impresionar a los caballeros, que se unían a las huestes del rey pescador. Ningún otro supuesto cáliz en el mundo, tenía esta particularidad excepcional. Habríamos encontrado la razón de ser de la literatura, el punto de unión entre ficción y realidad.
* Sergio Solsona es colaborador de El Seis Doble. Su espacio, aquí.
* Sergio Solsona es autor del blog "Maestrazgo templario".
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