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 03/08/2016

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El SIDA sigue siendo una discriminación en la India

Personal de la Fundación Vicente Ferrer sensibilizado con el VIH incentiva el seguimiento médico de 15.000 pacientes rurales


Ramadevi tiene 36 años. Hace una década, su marido enfermó. Dar con el diagnóstico les costó unas cuantas visitas a varios centros sanitarios. Finalmente, un test reveló que estaba infectado por el VIH. El mismo test le salió positivo a ella. Fue la primera vez que oía hablar del virus, y por lo tanto no tenía ni idea de cómo se contagiaba ni de cuáles eran los pasos a seguir. Hoy, Ramadevi ayuda a personas que comienzan una etapa como la que ella tuvo que afronar hace diez años.
Es el caso de Chandrakala, que descubrió que era VIH positiva después de que sus padres ingresaran en el hospital, enfermos de sida. En ese momento su marido, y tío a la vez, le confesó que él también estaba infectado. No es una situación excepcional entre las personas de comunidades desfavorecidas, que apenas se realizan revisiones médicas y para quienes el VIH representa una discriminación añadida. Ahora, Ramadevi visita a Chandrakala en su casa y hablan de medicación, de nutrición y de todo lo que sea necesario compartir. Están en el mismo barco.
El trabajo de Ramadevi está coordinado y financiado por la Fundación Vicente Ferrer (FVF). Ella es trabajadora comunitaria en VIH/sida. Conoce muy bien su enfermedad y se ocupa de hacer seguimiento a personas que han sido diagnosticadas, las cuales deben cuidarse adecuadamente si quieren que su infección sea sólo sinónimo de patología crónica. Cuidarse incluye visitarse una vez al mes en su hospital de referencia y recoger allí la medicación antirretroviral, que sufraga el Gobierno.
No siempre es fácil. “En la India rural, muchas personas de comunidades desfavorecidas dan más importancia a lo que supone para su economía perder un día de trabajo para ir al hospital que a las consecuencias de no tomar la medicación. Hay que intentar convencerles de que es justo al revés: si no se cuidan no podrán trabajar. Esta es una función importante de los trabajadores/as comunitarios”, explica Gerardo Álvarez-Uría, coordinador de la Unidad de Enfermedades Infecciosas de la FVF.
Ramadevi recibe periódicamente un listado de las personas que no han acudido a recoger los medicamentos y a hacerse la revisión. Les visita en su casa una vez al mes para intentar reconducir la situación. “El inicio del tratamiento antirretroviral supone muchos efectos secundarios y los pacientes tienen que saber que es normal y que deben seguir adelante”, relata.
 
Mujeres embarazadas, la otra prioridad
Evitar que los pacientes abandonen la medicación es, pues, un objetivo clave. El otro es que todas las mujeres embarazadas se hagan el test del VIH y, en caso de que salga positivo, comenzar tratamiento antirretroviral lo antes posible para que su hija o hijo no se contagie durante la gestación, el parto o la lactancia. En este caso, el trabajo de los y las trabajadoras consiste en asesorar a las mujeres sobre cómo tomar la medicación e incluso en acompañarlas al hospital cuando van a dar a luz. Después, el tratamiento es doble, para la madre y para el bebé, hasta que este tenga 18 meses. “Cuando pasado un año y medio podemos concluir que no ha habido infección de madre a hijo siento una inmensa satisfacción”, relata Ramadevi.
En el distrito de Anantapur, donde más intensamente trabaja la Fundación en el ámbito del VIH y donde viven unos cuatro millones de personas, se calcula que hay unos 30.000 personas infectadas, aunque muchas no lo saben. Más de 15.000 pacientes con VIH como Chandrakala son atendidos por 31 trabajadores y trabajadoras comunitarias como Ramadevi, algunos de ellos por propia experiencia y otros por haber vivido muy de cerca la infección o la enfermedad de sus familiares.
 
Beneficios y retos
Una de las líneas de trabajo de presente y de futuro es “ampliar sus funciones a los pacientes con tuberculosis, la mayoría de los cuales tienen también VIH”, apunta el doctor Álvarez-Uría. Su labor está funcionando y supone un doble beneficio: “Apoyamos a personas con VIH que tienen necesidad de trabajar y estas personas comparten su experiencia y conocimientos con otros pacientes”, añade. Eso sí, a menudo no es tarea fácil: “Lo más difícil es ayudar a quienes no aceptan que tienen un problema de salud importante o a las personas que quieren esconderlo por miedo a ser aisladas o a perder sus trabajos”, concreta Ramadevi. El estigma está ahí y hay que combatir también ese “efecto secundario”.

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