Entre el fútbol y la violencia debe haber la mayor distancia posible
“¿Qué están dispuestos a hacer los dirigentes del mundo del fútbol y los periodistas deportivos para que ese ‘problema social’ empiece a ser sanado?”
Coincido con Diego Pablo Simeone en que lo que se vivió el pasado día 30 de noviembre de 2014 antes del partido Atlético de Madrid – Deportivo de La Coruña “es un problema social, no del fútbol”. Vamos, un problema de educación. Ahora bien, la gran pregunta es ¿qué están dispuestos a hacer los dirigentes del mundo del fútbol y los periodistas deportivos para que ese “problema social” empiece a ser sanado? Porque, desde luego, es inimaginable que suceda algo así en el ámbito del rugby o del golf, y, si pasara, todos nos escandalizaríamos. Este es el quid de la cuestión. Por tanto, el objetivo es poner la mayor distancia posible entre el fútbol y la violencia.
Por ejemplo, la violencia verbal (los insultos, sin ir más lejos) debe ser explícita y continuamente condenada por los medios de comunicación, por las federaciones y por los clubes (y, siempre que sea posible localizar a los culpables, penada). Es un paso indispensable para dejar claro a los violentos que no tienen cabida en nuestro deporte. O, por mejor decir, para dejar claro que las actitudes violentas no tienen cabida, pues las personas siempre pueden cambiar, o, al menos, siempre debemos pensar que ese cambio es posible y trabajar por él. Eso es la educación, ¿no?
Por ejemplo, las conductas ruines del engaño y las faltas de respeto dentro del terreno de juego también deben ser castigadas. Si un jugador pretende engañar al árbitro (tratando de marcar un gol con la mano, dejándose caer en el área, pidiendo un córner que ni él mismo se cree, etc.), debe recibir una sanción ejemplar (varios partidos sin jugar), además de una enérgica repulsa por parte de los medios de comunicación, de forma que a los niños les quede claro que hay actitudes que no son dignas de ser imitadas. Después, no estaría nada mal entrevistar al jugador que ha obrado mal para que él mismo reflexionase sobre el error cometido. Sería la manera de decir (con hechos, no con palabras) que en el deporte siempre deben prevalecer los valores antes que los marcadores. En definitiva, todo lo que no es respeto empieza a ser violencia o una buena semilla para la misma, y no queremos alimentar la violencia, sino arrinconarla hasta acabar con ella. Es lícito querer ganar, pero no a cualquier precio. No todos los triunfos deportivos son victorias humanas. Esto también es educar. Ah, y, por supuesto, debemos destacar como se merecen los gestos deportivos: los de respeto al adversario, al árbitro, a las reglas de juego y al propio espíritu del deporte, en vez de dedicar horas de televisión y páginas de periódico al nuevo peinado de Fulanito o al anuncio protagonizado por Menganito.
Y, por favor, que nos ayuden nuestros dirigentes políticos. Habrá quien pregunte qué pintan aquí los políticos, pero yo creo que pintan, y mucho. Para empezar, son los que legislan. Y, no menos importante, podrían y deberían ser los que nos ayudaran a elevar modelos de conducta, a marcarnos (con los hechos, no con las palabras) el camino de la grandeza del ser humano. Y uno puede equivocarse, desde luego, pero exigimos que la voluntad, la intención y los principios sean claros e inquebrantables.
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