Gran Duque de Alba: hasta la última gota de sangre dedicada a España

Jueves, 20 de noviembre de 2014 | e6d.es
• El Turco, el Moro, las huestes Luteranas o Portugal temblaron al paso de aquel que aún infunde pavor a los niños holandeses. Siempre se dirigía a sus hombres como ‘Señores soldados...’



Pocos hombres de nuestra esforzadísima Historia pueden enorgullecerse de haber dedicado toda su vida a la Patria desde el primer hasta el postrer y final aliento. Así hora a hora y día a día de los setenta y cinco años que en esta tierra morara Ferdinandus Toletanus Dux Albanus, dicho en más comprensible cristiano Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, a la sazón el Gran Duque de Alba, uno de los más grandes generales de la historia, adalid y entregado capitán de nuestros Tercios entonces invencibles, comandante supremo de nuestra fiel infantería contra el Turco, contra el Moro, y también contra el hereje europeo, las levantiscas huestes luteranas, que tantas veces vieron en su cuerpo las heridas y laceraciones que el Duque no dejaba de inflingirles.
De casta le venía al galgo Fernando la industria militar, pues había en su familia soldados de abolengo y valor indomable. Y muy pronto él sería también estrenado en los campos de batalla, pues ya a los seis años acompañó a su abuelo Fadrique, del que heredaría el título ducal, en la toma de Pamplona, en 1513.
No habría entonces el niño Fernando, ya huérfano desde hacía tres años, por supuesto de blandir la espada ni aprestar el escudo en su defensa, pero a fuer que ya aprendió a las puertas de la capital navarra lo que era el sonido del entrechocar de los aceros, de la caballería presta y en orden de batalla, de aquel crujir de relinchos, armaduras y arcabuces, aprendió Fernando para siempre lo que es dejarse el cuerpo y la sangre en el campo de combate por la Patria.
Y mucho hubo de aprender el imbatible caballero Álvarez de Toledo, bien educado en las armas, pero también en las letras, que no en balde uno de sus principalísimos maestros fuera el gran poeta Juan Boscán, en aquel sitio pamplonés, y en las denodadas tardes de entrenamiento en su villa natal de Piedrahita, Ávila, donde naciera el 29 de octubre de 1507, pues con tan solo diecisiete años, en 1524, sin el consentimiento familiar se enrolara con las tropas de Íñigo de Velasco, Condestable de Castilla, que se aprestaban a liberar Fuenterrabía, en manos entonces del francés.
Tamaño fue entonces el empeño y el valor de Fernando que tras la victoriosa batalla quedó, aun adolescente, puesto al frente de la bellísima villa guipuzcoana. Quiso además la suerte que en la lid, el Duque de Alba conociera a uno de los grandes amigos de su vida, a un entrañable camarada al que la muerte se llevaría tan temprano, el poeta y bravo alférez Garcilaso de la Vega. Juntos unieron sus vidas y sus armas el ya entonces firme caudillo de las tropas de Carlos V y el genial vate. Y así siguieron hasta que la Parca se llevara al bueno de Garcilaso en la Provenza cuando se empeñó en ser el primero en izarse por la escala de asalto en el ataque contra una fortaleza en Le Muy, en la Provenza, no lejos de Niza.
Era octubre de 1536 y el día 14 de ese mes el autor de las «Églogas» entregaba su cuerpo y su alma al Señor. En sus últimos instantes sobre esta tierra, Garcilaso tuvo la suerte de estar en felicísima compañía, la de Francisco de Borja, Duque de Gandía, también soldado, y que en unos años se convertiría en San Francisco de Borja, y tercer General de la Compañía de Jesús. El autor de este texto es Manuel de la Fuente. Leer noticia completa y ver hilo de debate en abc.es.