Imprevisible - Relato literario de Eva Borondo
“Todo empezó el día en que fue a su banco para recoger el calendario de regalo por el comienzo del nuevo año”
No fue visto porque caminó atravesando la humedad blanca en la mañana, pero sí lo escucharon arrastrar una canción conocida que hacía eco por las calles solitarias de madrugada.
Iba feliz, con una chaqueta blanca al hombro y una ilusión infantil que le bombeaba el corazón.
Así que, antes de que el horizonte se tiñera de colores calientes, Marcos cantó como los tunos en rondalla a las ventanas de sus vecinos.
Cuando levantaban las persianas él ya se había ido, pero en las paredes se adhirieron las pisadas de la calle empedrada y la vibración de su garganta, de modo que ya no se oía, pero todos podían sentirlo como golpes de mortero cuesta abajo.
Todo empezó el día en que fue a su banco para recoger el calendario de regalo por el comienzo del nuevo año. No le extrañó ver una foto de dos recién casados en el mes de enero y pensó que era una buena señal, porque también él había contraído matrimonio el día 8 de este mes.
Llegó a su casa y colgó el almanaque en la cocina, para poderlo ojear todas las mañanas durante el desayuno y programar las actividades semanales.
En febrero murió su perro y su mujer tuvo el capricho de tener un canario y un canario colgaba en la foto de ese mes y en una jaulita en el salón.
Marzo trajo lluvias intensas y numerosos charcos se dibujaban en el calendario; después en abril recibió como regalo unos calcetines rojos exactos a los de la fotografía adjunta, en mayo sufrió las pérdidas económicas que vaticinaba el cerdito de barro roto, y en junio se fue con su esposa a pasar las vacaciones en Sitges y se alojaron en el plácido hotel que descubrieron al retirar la hoja del mes anterior.
Hasta entonces todas habían sido coincidencias casuales que podían ser explicadas lógicamente como hechos fortuitos.
En Sitges su esposa le pidió el divorcio y el almanaque de julio mostraba un corazón roto, el mismo que en agosto sufrió una parada por coma tóxico de pastillas y alcohol y a punto estuvo de ser recogido por el ángel fotografiado, que coronaba una tumba en el cementerio de su ciudad, pero cuya mano alzada al cielo había sido atravesada por la chincheta en la pared que lo sostenía.
Recuperado en septiembre, volvió a su trabajo y allí enloqueció por la chica que tenía en su mesa una maceta de margaritas, exactamente las mismas flores del calendario.
La noche del veinticinco de octubre salió feliz de la casa de la chica de las margaritas donde había pasado toda la noche y, ya de día, arrancó de la pared el almanaque para tirarlo, haciendo que la chincheta saliera disparada por los aires y que desapareciera debajo del fregadero de la cocina.
Es por eso por lo que no sabemos lo que le va a pasar a Marcos en los próximos meses. Ahora sólo importa que está tumbado en un prado de margaritas con la chica que quiere y que desde las hojas les observan cientos de caracoles que han tardado un año en llegar hasta allí desde la explosión de su nacimiento.
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