Hace unos días, en un partido de fútbol de regional, una árbitro asistente tuvo que aguantar por parte del público, de forma reiterada, insultos como “guarra”, “zorra”, “puta”, y otras lindezas como “ojalá Franco levantara la cabeza y os mandara a vuestro sitio, que es la cocina”. Por ello, la Federación Andaluza de Fútbol ha impuesto al club que ejercía como local una sanción de 50 euros. Me parece una sanción ridícula. Creo que tendría que ser mucho mayor y, por supuesto, que deberían pagar los culpables. Es fácil identificar a quienes insultan (si no a todos, a algunos), y más en los campos pequeños. Así, en cuanto empezaran a pagar unos pocos, los demás se lo pensarían. Y, por supuesto, se necesitan condenas firmes y campañas educativas serias, no de esas de un día para quedar bien. Siguiendo con el asunto de los insultos a la árbitro asistente, he leído una entrevista realizada a un miembro de una asociación llamada “Sindicato de Árbitros”. Lo primero que llama la atención es que dicha asociación trabaja clandestinamente. Sus miembros no se identifican por miedo a las represalias. Ya saben: quien se mueve no sale en la foto; quien pretende cambiar el sistema se topa con los quieren que el mismo, aunque sea putrefacto, se perpetúe. Cuando yo empecé a luchar contra la violencia verbal en el fútbol desde mi condición de árbitro, y detenía los partidos en los que se producía violencia verbal (allá por 2007), muchos compañeros me dijeron que estaban de acuerdo con mi proceder, pero que ellos no podían hacer lo mismo porque querían seguir conservando sus aspiraciones de ascenso. A mí, en aquella época, el ascenso ya no me importaba, así que esa amenaza (no reconocida por nadie públicamente, pero conocida por todo el mundo) no me influía. Sin embargo, un importante dirigente del comité de árbitros sí me dijo en su momento que no iba a dirigir más partidos si seguía haciendo lo que hacía. Mi respuesta fue clara: “O me dan partidos o me entregan una sanción por escrito”. Lamentablemente, la sanción no llegó, ya que, como él mismo dijo, “yo por escrito no le voy a dar nada”. Así que volví a arbitrar. Con los años, vi que, efectivamente, yo continuaba ejerciendo, pero siempre por la misma zona. Supongo que era para que el mensaje que yo trataba de transmitir no se extendiera.
Aunque la situación sea (como era y sigue siendo) lamentable, quienes están en buenos puestos y se benefician del negocio, no quieren cambios; los temen. Temen que, en el inevitable tambaleo, ellos salgan despedidos de sus confortables asientos. Las cuestiones éticas importan menos (o nada). Por eso los que abogan por el cambio no se atreven a actuar, no vaya a ser que se les corten las alas. Comparando el arbitraje con la política, ¿quién no ha escuchado eso de “quien entra en política tratando de hacer bien las cosas dura dos telediarios; o se adapta a lo que hay o se va a la calle”.
Ojalá (en el fútbol, en la política y en cualquier otro ámbito) sigan apareciendo luchadores dispuestos a nadar contra la corriente. Puede que rueden cabezas, pero también puede que resuciten, y con una fuerza implacable.
Ángel Andrés Jiménez Bonillo
Exárbitro y colaborador de Clan de fútbol