La actuación política desde el respeto se ha perdido
Ninguna fuerza política nace con vocación de pacto, su fin último es vencer para gobernar y aplicar sus principios sin injerencias externas
Determinados alimentos se caracterizan por unas determinadas propiedades que les hacen apetecibles; un sabor, aroma, color, textura o preparación concretos, nos hacen salivar copiosamente ante la idea de engullirlo. Sin embargo, el milagro de la gastronomía, consiste en mezclar adecuadamente varios ingredientes potentes o aparentemente insignificantes, combinar sus propiedades y, con el punto de elaboración preciso, lograr un todo que supera con creces la suma de las partes. Todo el mundo conoce esos principios del arte culinario y, no solo, nadie se escandaliza, sino que nos prestamos a su disfrute a la menor sugerencia.
¿Qué sucede si trasladamos este ejemplo de eclecticismo a la vida política? Los pactos.
Pactar, per se, no es malo; como todo, está supeditado a qué se pacte y con qué objetivos, aunque también condiciona decisivamente, quién pacta, desde qué principios, hasta qué punto se está dispuesto a ceder y, fundamental, con un concepto presidiendo la mesa: El Respeto. El respeto entre las partes es básico para cualquier negociación pero es infinitamente más importante el respeto a los ciudadanos que son, primero, los artífices de su elección y, después, quienes disfrutarán o padecerán los aciertos o errores de sus resultados. La actuación política desde el respeto es algo que se ha perdido (suponiendo que alguna vez existiese) y debe recuperarse con más urgencia que la economía.
Ninguna fuerza política nace con vocación de pacto, su fin último es vencer para gobernar y aplicar sus principios sin injerencias externas. El tiempo ha demostrado que esta práctica es manifiestamente mejorable ya que, aunque esté abonada de honradez y buenos deseos, la sociedad es mucho más plural y diversa y ninguna tesis químicamente pura satisfará a la mayoría.
El mapa político actual, que vamos dibujando con esfuerzo, muestra esa diversidad. No hay, afortunadamente, formaciones hegemónicas ni van a contar con un apoyo tal que les faculte para imponer su criterio a las demás y eso es bueno. Nos deshacemos en elogios ante la cultura democrática de los países escandinavos y sus conquistas sociales, sin pararnos a pensar que son consecuencia de unos ejercicios pactistas, llevados a cabo durante décadas, sin que nadie ponga el grito en el cielo y se lleve las manos a la cabeza. Al contrario, no conciben una actuación de gobierno sin el apoyo y la influencia de varias formaciones que ponen sobre la mesa lo mejor de cada uno.
En la cocina; saber combinar adecuadamente los ingredientes necesarios o disponibles, para conseguir un plato delicioso o, al menos, atractivo, sabroso y digerible, se considera un arte. En política, este arte debe ir sazonado con buenas intenciones, pragmatismo y generosidad para con los ciudadanos, además de aplicar el preceptivo principio de la higiene; será la única manera de que podamos comer todos.
Un triste tigre
* Fermín Álvarez es autor del blog "Un triste tigre".
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