La gran mentira taurina sobre las ‘tres plazas’ de toros de Barcelona
La tauromaquia sólo contó con una plaza de toros en activo en la Ciudad Condal, pero no siempre fue la misma
Como es bien sabido, no hay recurso más fácil que repetir una mentira cien veces para parezca verdad. Todos hemos oído más de una vez la famosa fábula de que Barcelona era la única ciudad del mundo que contaba con tres plazas de toros. En este blog vamos a desmontar esa fábula, porque no hay nada peor que dar por hecho las cosas sin analizarlas en profundidad.
En primer lugar… ¿existieron tres plazas de toros en Barcelona? La respuesta es SI. En efecto, coincidieron en el tiempo tres edificios cuya finalidad original era la lidia de toros. Lo cual no quiere decir que funcionaran al unísono durante prolongados períodos de tiempo. Para este análisis, nos vamos a ceñir a la más estricta cronología. Una vez más nos hemos ayudado de la estupenda hemeroteca del diario barcelonés La Vanguardia para desentrañar una mentira taurina que causa vergüenza ajena con sólo oírla.
Para comenzar, hemos de remontarnos a 1834, momento en que se inaugura la plaza de toros de la Barceloneta, conocida popularmente como “El Torín”. Una Barcelona que comienza a recibir inmigración peninsular y que ha vivido sometida a los caprichos del déspota Conde de España, gobernador militar de Catalunya nombrado por el taurino Fernando VII, que ha visto sus calles sembradas de cadáveres, paseíllos de reclusos cargados de cadenas y ejecuciones en la horca de decenas de presos, descubre con algarabía ese nuevo deporte llamado tauromaquia. Los catalanes se aficionan a la nueva moda del toreo, como después se aficionarían al boxeo o al fútbol. El contexto social es el que se puede imaginar. Un barrio como la Barceloneta, estrecho, insalubre e inseguro, poblado por el proletariado más embrutecido que uno pueda imaginarse, no era quizás el mejor sitio para instalar una plaza de toros. Las corridas eran una válvula de escape para gente que vivía más allá del límite de la dignidad humana. De modo que no es extraño que un año después, en 1835, después de unos disturbios motivados por la falta de calidad del ganado que desembocaron en una indiscriminada quema de conventos, las autoridades ordenaran el cierre de la plaza durante 15 años. He ahí los inicios de la tauromaquia en Barcelona. Genial.
La plaza de toros de la Barceloneta viviría sus días como única plaza de la ciudad hasta finales del siglo XIX. Las crónicas asociadas a ella que ofrece La Vanguardia, desde la fundación del diario en 1881, están salpicadas por todo tipo de crónicas tirando a negro. Bombas alojadas por anarquistas, robos indiscriminados de carteras, multas a un torero llamado Conejito por enfrentarse a la policía, detenciones de falsificadores de moneda y un largo etc de escenas delictivas.
Y mientras el glorioso coso de “El Torín” cubría los últimos episodios de su historia cañí, la burguesía catalana abandonaba los viejos e insalubres barrios de la Barcelona antigua. El escueto laberinto de callejas donde proliferaba la tuberculosis se había quedado pequeño. La ciudad se expandía hacia el llano con una inmensa cuadrícula de calles. El plan Cerdà vino a oxigenar una urbe malsana que vivía encajonada entre sus antiguas murallas. Todo ello coincide a su vez con la Exposición Universal de 1888, un evento que supone una gran transformación urbanística y la llegada de la primera gran oleada de inmigración peninsular. Leer artículo completo y ver hilo de debate en liberaong.org.
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