4.936 padres denunciaron en 2012, último año que recoge la Fiscalía General del Estado, haber sido maltratados por sus hijos. La cifra supone un 16'6% de los expedientes abiertos ese año. Sin embargo, los expertos aseguran que el dato está muy por debajo de la realidad. En la mayoría de los casos,los padres tienen tanta vergüenza en reconocer que están siendo agredidos por sus propios hijos que la violencia se queda de puertas para dentro. De hecho, un dato significativo es el tiempo que tardan en denunciar que están siendo agredidos por sus hijos, una media de 18 meses.
Es una violencia tabú. “Hay padres que esta noche dormirán con miedo por su hijo”, dice el psicólogo Javier Urra, presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Violencia Filioparental y responsable del programa Recurra Ginso para atender a padres e hijos.
En ese programa trabajan 95 profesionales, entre ellos, psicólogos y psiquiatras, que en los últimos dos años han atendido 654 casos presenciales y 3.399 llamadas, además de 1.028 mails. En su centro de Brea de Tajo tratan de conseguir que ambos superen la situación de conflicto.
Urra desgrana los datos. 16 años y medio es la edad media entre los agresores. El 47% son chicas, “una cifra sorprendente”, afirma. La mayoría muestran conductas disruptivas, incapacidad para aceptar las normas y dificultades para imponer la autoridad. El 40% había recibido un tratamiento psicológico, y el 22% psiquiátrico.
La violencia afecta a todas las clases sociales, “tengo desde hijos de carpinteros a otros de altas esferas de este país”, a todos los niveles culturales, y a todos los tipos de familia. En el 76% de los casos, la violencia es mayoritariamente verbal. En el 53% es psicológica, en el 23% física. El 40% de los chicos presentan además consumo de cannabis, y en más de un tercio de los casos afirman que han sufrido bullying.
“La situación es alarmante y es un problema social”, advierte este experto. Él detecta, con ojo clínico, a los niños que corren riesgo de convertirse en futuros agresores. “Estás en un restaurante y ya ves qué niño va a ser problemático. Es un niño que disfruta comportándose como un dictador hacia los padres, haciéndoles sufrir, violentándoles. Es un juego que genera un circulo perverso. El padre quiere sancionar, pero el hijo no quiere pasar por ahí”.
Encontrar una explicación a esta violencia es complicado incluso para él, acostumbrado a verla cada día cara a cara. “Se ha diluido la autoridad, se ha protegido a la infancia... Existe en los padres mucho sentimiento de culpabilidad, falta criterio educativo... No es fácil de explicar. Pero yo no culparía a los padres tampoco”, analiza. Y recomienda que, ante una agresión, se debe acudir a un profesional. “En los casos más graves, se denuncia. Porque llegan casos que me dicen: me va a matar. Pero un padre no suele hacerlo porque es muy duro denunciar a un hijo”. Leer noticia completa en
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