Lo mejor de una boda: el convite | Relato literario de Eva Borondo
Viernes, 15 de julio de 2016 | e6d.es
• Los novios paseaban su felicidad e ignorancia por las mesas saludando a propios y extraños con similar agradecimiento
Se llevó a la boca una gamba de textura lamosa y un triste pedazo de lechuga que iban enganchados juntos en un tenedor salpicado de escasa salsa cóctel. Luego paró de masticar la mezcla con sus dientes y sonrió a su acompañante con los labios cerrados ante un comentario cursi sobre los centros de mesa y demás elementos de mantelería y decoración.
El convite de la boda de Marieta empezó sobre las ocho de la tarde, con el atropellado ir y venir de camareros dejando bandejas de canapés que iban desapareciendo velozmente a medida que los invitados los engullían, y ahora estaban con el primer plato que un jefe de cocina mezquino había llamado “Copa de mariscos en nido vegetal”.
Bebió una copa de vino que, a la que hizo número tres, supo mejor debido al dormido gusto con que a Fernando se le quedó la lengua mientras esperaba con ilusión el segundo plato de “solomillo con acompañamiento palacete”. De la mesa redonda en la que estaba habían desaparecido las acompañantes que tenía a izquierda y derecha para ir a fumar fuera o para ir a los lavabos y quedó solo frente a una parejita acaramelada y una jovencita que sentía que podía explotar de un momento a otro por lo ceñido del vestido y que se frotaba sus pies descalzos debajo del mantel por las heridas que le habían producido los zapatos nuevos.
En una mesa cercana un hombre con aspecto de no haberse puesto en su vida un traje de chaqueta hablaba a gritos contando chistes incorrectos y poniéndose en pie para imitar la largura de un aparato genital masculino perteneciente a un inglés al mismo tiempo que una mujer repintada y repeinada reía con la boca abierta dejando al descubierto parte de algún alimento.
Por fin llegó el solomillo, que resultó de cerdo y no de ternera, con un acompañamiento palacete que no era más que una menestra de verduras congeladas e insulsas.
Enseguida volvieron los demás comensales que faltaban cuando se acercó un fotógrafo y obligó a los presentes a poner cara de felicidad. Le abrazaron las dos desconocidas y pudo apreciar más de cerca el sugerente escote de su vecina de mesa, deseando que en la foto no salieran sus ojos mirando aquellos pechos.
Después se separaron de él y siguieron hablando de la crianza de los niños y demás problemática doméstica.
El postre titulado “Paraíso de chocolate” volvió a ser una decepción de poco chocolate y mucha nata por lo que acudió rápidamente al whisky con hielo.
Los novios paseaban su felicidad e ignorancia por las mesas saludando a propios y extraños con similar agradecimiento mientras varias parejas de todas las edades bailaban junto a la orquesta “sinfónica” de Villaverde.
Marieta se le acercó finalmente por detrás y le abrazó dándole un beso en la mejilla. Era feliz. Le dijo: “Abuelo, ¿lo estás pasando bien?”. Le respondió que claro, que había estado todo muy bien. Le dio otro beso y la vio ir a bailar con su ya marido mientras le deseaba una vida larga y feliz como la que él había tenido con su abuela.