Lope de Vega y el cine español: Fuenteovejuna (Antonio Román, 1947)
"Fuenteovejuna, todos a una", pronunciado en la película - no en la obra de Lope - , no consiguió exaltar el ánimo de unos espectadores de posguerra
Un claro ejemplo de la escasa atención que nuestro cine ha prestado al patrimonio literario clásico es la escasez de adaptaciones existentes de nuestro dramaturgo más insigne y prolífico, Félix Lope de Vega y Carpio (1562-1635). De las más de trescientas obras teatrales que se conservan, solo cinco merecieron una solitaria versión cinematográfica. En televisión ha tenido algo más de fortuna —medio centenar—, pero siguen pareciendo pocas en comparación con el millar de producciones que existen basadas en obras de su contemporáneo William Shakespeare.
Fuenteovejuna (c. 1613), su drama más popular, fue la primera que llegó a las pantallas de cine. Su director, Antonio Román, conocía bien la obra desde sus tiempos en el Teatro Universitario de La Barraca, durante la Segunda República, y había podido comprobar la especial fascinación que ejercía sobre el público. Incluso fue testigo de que en algunas representaciones los espectadores llegaban a invadir el escenario para linchar al comendador, el villano principal.
A la hora de abordar su adaptación en 1947, en el contexto político de los primeros años del franquismo, Román era consciente de que ese germen revolucionario debía minimizarse. Como sabemos, la obra narra el levantamiento de todo un pueblo contra su tiránico comendador, al que asesinan, y cómo la inquebrantable unidad de los aldeanos sirve para que finalmente se les haga justicia y obtengan el perdón de los Reyes Católicos.
Aunque no se pueda decir que la obra de Lope discutiera el orden social establecido, ni que fuera políticamente subversiva, justificaba la rebelión frente a un poder corrompido y, en definitiva, podía llegar a interpretarse en un sentido revolucionario.
Para eludir ese peligro la película no podía cambiar el núcleo argumental, pero sí introducir importantes matices que evidenciaran la necesidad de un orden jerárquico para controlar a las masas. El pueblo se subleva, sí, pero se resalta, más que en el teatro, el papel legitimador de su alcalde (Manuel Kayser), convertido en su principal líder. Los reyes (Lina Yegros y Julio Peña), como máxima autoridad judicial, restablecen el orden perturbado. Pero además se resalta su magnanimidad dejando claro que, al contrario que en la obra original, las torturas que padecen los vecinos de Fuenteovejuna no se producen por su orden, sino por la del Maestre de la Orden de Calatrava (Carlos Muñoz). Para completar el papel regulador de los estamentos superiores, la institución eclesiástica aparece representada por un personaje totalmente original de esta versión, un sacerdote (Rafael Calvo) que intenta mediar en el conflicto y atemperar los impulsos del comendador.
Salvados así los escollos políticos, la película se sirve de elementos propios del cine de aventuras románticas para evitar el posible lastre de la teatralidad e intentar seducir a un amplio público. Se aprovechan todas las posibilidades que ofrece la obra —la batalla en Ciudad Real entre los partidarios de Isabel la Católica y los de la Beltraneja, los encuentros y enfrentamientos en el bosque, los bailes y canciones de los aldeanos en Fuenteovejuna, etc.— para abrir el espacio escénico con fastuosos decorados y acciones muy dinámicas. Además, el protagonismo de Laurencia (Amparo Rivelles) y Frondoso (Fernando Rey), una pareja de jóvenes que se enfrentan al deseo del comendador de acceder carnalmente a ella, sirve para dar al público unos toques de sentimentalismo apenas aprovechados por Lope de Vega. Incluso el villano tiene rasgos psicológicos más elaborados y que lo hacen más interesante como ser humano envilecido.
Sin embargo, a pesar de estos elementos narrativos, y de que en los diálogos se prescindió de las rimas y los largos soliloquios para facilitar su comprensión, la película no triunfó en la taquilla. El famoso eslogan «Fuenteovejuna, todos a una», pronunciado en la película —no en la obra de Lope—, no consiguió exaltar el ánimo de unos espectadores de posguerra quizás ya muy poco receptivos a semejantes apelaciones a la unidad popular.
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