• El origen de los apodos: del Vaquilla al Boquilla y del Franco bueno al Führer de los Andes
Juan José vino al mundo en una barraca de Torre Baró, en Barcelona, el 19 de noviembre de 1961. Uno de sus tíos, muerto posteriormente en un tiroteo con la policía, en uno de los muchos fallecimientos trágicos de la familia, bromeó con el tamaño de las deposiciones del bebé. “Parece la mierda de una vaca”. Y de vaca, vaquilla. Así nació el apodo del delincuente juvenil más conocido de la España predemocrática: Juan José Moreno Cuenca.
El Vaquilla debía protagonizar una película basada en sus andanzas, Perros callejeros (1977), de José Antonio de la Loma, pero estaba encarcelado cuando comenzó el rodaje. La cinta lanzó fugazmente al estrellato a otro delincuente juvenil, Ángel Fernández Franco, el Trompetilla, rebautizado para la ocasión como el Torete, el mote con el que se pasó a la historia y con el que participó en varias películas más.
En Perros callejeros también actuaba un hermano del Torete, Basilio Fernández Franco, que heredó parcialmente el anterior sobrenombre de su hermano y pasó a ser el Trompetilla o el Cornetilla, al parecer, por el gesto de acercarse la mano abierta al oído para escuchar mejor. En el colegio público Concepción Arenal, del barrio del Besòs, donde estudió (es un decir), le llamaban de otra forma. El vizconde, le decían algunos condiscípulos a sus espaldas, en alusión a un ligero bizqueo de su ojo derecho.
No todos los Fernández Franco tuvieron problemas con la ley. El hermano mayor también heredó la pasión por apretar el acelerador, pero la encauzó adecuadamente: se hizo conductor de ambulancias. En el grupo de menores de la policía lo conocían como el Franco bueno.
Menos Juan Carlos Delgado, el Pera, la mayoría de delincuentes juveniles han tenido un triste final. El Pera tenía un latiguillo y cuando hablaba repetía cada dos por tres: “Esto es la pera, esto es la pera”. Nacido en Madrid en 1969, hoy es un ejemplo de superación. Ahora se dedica a asesorar a la Guardia Civil y a probar coches, su gran pasión (empezó a conducir vehículos robados cuando aún no llegaba a los pedales, como el Vaquilla). También ha escrito varios ensayos con consejos de conducción y un libro de "hermano mayor", Con el Pera es posible: cómo prevenir y solucionar los problemas de nuestros hijos.
Otros muchos perros callejeros no supieron retirarse a tiempo y murieron muy jóvenes. La lista es interminable: el impetuoso Pedro el Loco, el Jaro, el Pacorro, el Tonet o el Carica, un apelativo que aludía a sus agraciadas facciones.
El Vaquilla, que siempre tuvo mucha labia y a quien otros presos despreciaban en sus últimos tiempos y apodaban el Boquilla, fue el único que llegó a los 40. Posiblemente de no haber pasado la mayor parte de su vida en la cárcel, la droga o un mal paso se lo hubieran llevado antes. Falleció en el 2003, en la prisión, a consecuencia de una cirrosis. El Torete murió en 1991. Y el Trompetilla II o el Cornetilla, cuatro años después.
Los problemas de salud derivados de la heroína acabaron con todos ellos, como también le sucedió a José Antonio Valdelomar, quien –una rara avis en este mundillo- no ha dejado tras de sí un apodo unánimemente aceptado. El protagonista de Deprisa, deprisa (1981), de Carlos Saura, murió de una sobredosis en la cárcel madrileña de Carabanchel en 1992, a los 34 años.
Muchos delincuentes han sido bautizados de forma ingeniosa. El Orantes era un ladrón de bancos las iniciales de cuyo nombre coinciden con las siglas de la Asociación de Tenistas Profesionales (ATP). El Boticario se especializó en desvalijar farmacias. El Pulga era un atracador muy bajito, con un hermano muy aficionado a la bebida, el Whisky. Y el Rompetechos, uno muy corto de vista. Leer noticia completa en lavanguardia.com.