Como si nadie la viese, dirige su mirada mojada hacia arriba, luego hacia abajo. Suelta el aire. Con dificultad, logra mantener las lágrimas en sus ojos mientras escucha a la joven que cuenta su historia entre sollozos: huyó, sufrió la marginación familiar, se negó a la mutilación genital con nueve años. Jennifer la mira y se maldice por no haber sido capaz en su momento. "Nadie me explicó". Pero sí sintió el rechazo social que despierta sus recuerdos. Ella también dijo "no": "Mis hijas no pueden pasar por ahí. Mis niñas no va a ser mutiladas".
Esta vulneración de los derechos de las niñas consiste en la extirpación parcial o total de los genitales femeninos externos por motivos no médicos, según la Organización Mundial de la Salud. La práctica está arraigada en 28 países africanos (a pesar de estar penalizado en 20 de ellos) y algunos de Oriente Medio y Asia. E n muchas comunidades se considera que reduce la libido femenina, "ayudando" así a la mujer a resistirse a los actos sexuales "ilícitos", un claro reflejo de la discriminación contra el sexo femenino. La presión social y el miedo a la marginación perpetúan una tradición cada vez más condenada.
A Jennifer le practicaron la ablación en su país, Kenia. Su mutilación se complicó aún más de lo habitual. Casi se desangra. Recuerda el dolor con horror pero no duda en destacar otra de las muchas razones de su arrepentimiento: "Cuando te lo hacen, te pueden obligar a casarte con un desconocido". Aquel desconocido se enfrentó a ella cuando, años después, en 2006, decidió que ninguna de sus tres hijas sería mutilada. Comenzó a acudir a los talleres de sensibilización de la ONG World Vision en Marigat (oeste de Kenia), donde empezó a ser consciente de que no había ningún argumento válido que lo justificase.
"Sabía que me iba a enfrentar a toda mi comunidad, que mi familia me rechazaría, que nadie lo comprendería... Pero recordaba mi dolor y no lo podía soportar. Decidí hacerlo público", confiesa la keniana en 'pokot', la lengua de su región. Su marido la despreció y sintió el rechazo de su familia y del resto de madres de la comunidad. Hoy utiliza su historia como ejemplo para que otras muchas mujeres defiendan la dignidad de sus hijas.
Dos años antes, a 6.157 kilómetros del país donde Jenifer confesó en público su rechazo hacia la ablación, Oumul empezó a darse cuenta de los efectos negativos que esta práctica había tenido en su vida. Acababa de emigrar a Pamplona y asistió a una serie de talleres enmarcados en un proyecto de Médicos del Mundo donde profesionales de determinados ámbitos sensibilizaban a inmigrantes procedentes de aquellos países donde se suele practicar la mutilación. "Poco a poco, me di cuenta de que no te lo tenían por qué quitar. Me sentí un poco rara. Sentí rabia. ¿Por qué allí no me había llegado esta información? ¿por qué me tocó a mí? ¿mi madre era mala mor permitirlo?", repite alguna de las cuestiones que perturbaban su cabeza. Se autoresponde acelerada: "No, lo hizo porque ella pensaría que era lo correcto". De lo que estaba verdaderamente convencida es de que su hija no pasaría por ello.
En España viven 57.251 mujeres procedentes de países en los que se lleva a cabo esta práctica, según informe elaborado por la Universidad Autónoma de Barcelona y la Fundación Wassu. El documento estima que las niñas en riesgo de sufrir mutilación genital en este país ha aumentado un 60% en los últimos cuatro años. Determinadas organizaciones, como Médicos del Mundo o Unaf, organizan talleres de sensibilización para evitar que familias procedentes de estos lugares sometan a sus hijas a la mutilación durante viajes realizados a sus países de origen. Unos hechos que podían ser penados en España a su regreso, pero que previsiblemente dejarán de serlo después de la próxima aprobación de la reforma de la justicia universal por la que el Gobierno actual limitará al mínimo la posibilidad de juzgar crímenes cometidos en el extranjero. Leer noticia completa en eldiario.es.