Mar García: “Cuando los jóvenes con discapacidad ayudan en casa crece su autoestima”
Mar ha llevado a cabo un proyecto de capacitación profesional para jóvenes con discapacidad intelectual en la India
Mar García (Santa Cruz de Tenerife, 1991) estudió Ciencias de la Actividad Física y el Deporte entre la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y la Universidad de Valencia. Llegó a la Fundación Vicente Ferrer (FVF) en octubre de 2014 para dar formación laboral a jóvenes con diversidad funcional intelectual junto a los que, explica entusiasmada, se siente “como pez en el agua”.
¿En qué consiste el proyecto de Formación Profesional de la Fundación?
Hablamos de un proyecto de capacitación profesional para jóvenes con discapacidad intelectual insertado en el programa de educación física para personas con discapacidad. Ampliamos horizontes para desarrollar habilidades más allá de las deportivas. Esta primera promoción de estudiantes la forman 34 jóvenes atletas que entrenan para la competición deportiva internacional Special Olympics.
¿Cómo se gestó este proyecto?
Los jóvenes de Special Olympics están en la FVF hasta los 18 o 19 años. Durante este período aprenden habilidades motrices y de la vida diaria; pero cuando regresan a sus hogares, si bien son más autónomos, no pueden contribuir a la economía familiar. Entonces, a partir de esta necesidad, se planteó la posibilidad de dotar a estos jóvenes de destrezas y capacidades de trabajo para que pudieran sentirse útiles y colaborar directa o indirectamente en casa.
¿Por qué opciones de formación profesional se decidió la Fundación?
Lo primero fue hacer un estudio de los trabajos de los familiares de estos jóvenes para saber qué actividades podrían resultar más útiles. La agricultura es la actividad principal en Anantapur, así que se decidió cultivar un huerto con la ayuda de un agricultor. Muchos otros padres tenían un puesto de comida y el resto llevaban a cabo labores de carpintería o albañilería. Por eso se les ha dado formación en cocina y labores de mantenimiento.
¿Cómo han vivido los jóvenes el proyecto?
Los chicos y chicas comenzaron la huerta desde cero. Empezaron quitando las malas hierbas, preparando el terreno con fertilizantes y abono. Después de acondicionar el terreno, han sembrado, regado, recogido y cocinado los cultivos. Han vivido todo el proceso: desde comprar la semilla hasta meterse el tomate en la boca. Cuando te cuentan que van a poder contribuir en casa ves como crece su autoconcepto.
¿Qué otros aspectos han mejorado?
Tienen carencias, sobre todo afectivas. Te das cuenta de que les falta recibir afectividad para que puedan, a su vez, darla. También hemos explorado la confianza en sí mismos. Todo el mundo les recuerda su discapacidad y lo que hemos intentado aquí es mostrarles las capacidades que tienen y decirles: “No tienes esta discapacidad, tienes todas estas capacidades. Explótalas”.
¿Qué es lo que más te ha llamado la atención?
Sin duda, la ayuda incondicional del personal de la Fundación hacia los jóvenes. Se han convertido en excelentes profesores. Recuerdo que al principio el alumnado estaba cohibido. Ahora, el personal espera a que lleguen porque les necesitan para ir a trabajar. O sea, se ha visto una evolución muy grande en muy poco tiempo y los profesores se han sentido realizados personalmente transmitiendo sus conocimientos.
¿Qué has aprendido de estos jóvenes?
Los meses en Anantapur han hecho que cumpla mi sueño: saber que aún siendo adulta puedo seguir siendo niña. Las chicas y los chicos me han enseñado muchas cosas pero sobre todo a luchar por lo que quiero y a ser fuerte.
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