Más del 90% de los alumnos de la Escuela Profesional de la Fundación Vicente Ferrer encuentra trabajo
Se intenta que su desarrollo profesional contribuya también a sacar de la pobreza a sus familias
La Escuela Profesional es uno de los proyectos más exitosos de la Fundación Vicente Ferrer (FVF), especialmente porque sus resultados son palpables a muy corto plazo. Más del 90% de sus alumnos ha logrado incorporarse al mercado laboral desde que abrió sus puertas, en abril de 2012. Desde entonces han pasado dos promociones, una de chicos y otra de chicas. “No mezclamos al alumnado porque se trata de un curso intensivo que implica residir en el centro”, explica Geethanjali, su directora. Actualmente está en marcha la tercera edición.
Los alumnos escogidos, todos de entre 21 y 25 años, deben cumplir dos requisitos: estar graduados -la mayoría tiene título de ingeniería, sociología, negocios, informática o arte- y pertenecer a familias que vivan en aldeas rurales en condiciones de pobreza extrema. Una vez reclutados a través de anuncios en el periódico o de los comités sociales que trabajan en el campo, los alumnos tendrán que superar dos exámenes. “Nos llegan alrededor de 250 solicitudes, los que superan el examen escrito pasarán el oral y finalmente seleccionamos a 40 personas”, aclara Geethanjali. Además hay un cupo de 15 plazas reservadas para personas con alguna discapacidad.
Lo cierto es que las alumnas y alumnos que llegan hasta aquí ya han superado muchas de las barreras que tradicionalmente mantienen inmovilizados a los jóvenes de la India rural. Sus familias, a pesar de sus escasos recursos, les han apoyado para estudiar y precisamente esa educación les lleva a plantearse la vida como la oportunidad de revertir su desarrollo profesional en mejorar la situación de sus familias en el campo.
“Quiero dedicarme a la ingeniería”, explica Harish, “vengo de una familia muy pobre. Mis padres gastaron mucho dinero para que yo estudiara, pero en mi pueblo sólo conseguía pequeños trabajos con los que no me puedo mantener”. Si una empresa lo contrata en una gran ciudad, Harish podrá tener un sueldo mensual de entre 25.000 y 35.000 rupias, suficiente para sacar a su familia de la pobreza. En el campo su sueldo nunca superaría las 3.000 rupias.
Otro de los grandes objetivos de los profesionales de la Escuela es dotar de habilidades comunicativas a los chicos. Se enfrentan a entornos heterogéneos, muy distintos a los de su aldea. Trabajarán con clientes y con compañeros procedentes de muchas nacionalidades. Por eso refuerzan la empatía o las buenas maneras.
Patricia Verdugo, coordinadora de profesores, apenas ve diferencias en las técnicas de enseñanza que aplica con sus alumnos de la Escuela Oficial de Idiomas en Sevilla: “tan sólo tenemos que adaptar algunos referentes como la comida o las actividades de ocio”. Donde sí encuentra distancias abismales es entre sus alumnos actuales, chicos, y las del curso anterior, chicas. “Ellos tienen más iniciativa, son participativos, dan su opinión, son más naturales. En cambio a ellas había que pedirles expresamente que hicieran preguntas”. El aula es un reflejo de la sociedad india, en la que los hombres llevan la voz cantante y las mujeres tienen un papel absolutamente pasivo. “Ahora que han conseguido trabajo he visto una evolución asombrosa. Son mucho más extrovertidas”, añade Patricia con satisfacción.
La escuela siempre sigue en contacto con sus antiguos alumnos. “Nos notifican si sus empresas buscan nuevos trabajadores, nos visitan y dan charlas y consejos para las entrevistas”. Patricia coordina el trabajo de Hans, Clara, Margarita, Carlos, Elisa, Dharmendra y Kunal; salvo estos últimos, el resto son voluntarios españoles que imparten clases de inglés, francés, español y alemán. El equipo lo completan Prasad, profesor de informática y Geethanjali, la directora.
Los resultados son sobresalientes; todos los estudiantes que participaron en la primera edición han conseguido empleo. Lo mismo ha ocurrido con el 90% de las mujeres de la segunda promoción. Casi todos trabajan hoy en multinacionales de ciudades como Bangalore, Chinnai, Ooty, Hyderabad, Pune o Goa. Ahora, en el ecuador del curso, los nuevos alumnos tienen estas referencias como motivación añadida.
Cuando acaben sus estudios vivirán a caballo entre la India emergente y la India rural, pero definitivamente contribuirán a sacar de la pobreza a su familia. Y así es como la Fundación cierra el círculo: la prosperidad que alcanzan sus beneficiarios repercutirá en toda la comunidad y evitará que la emigración acabe empobreciendo aún más a la gente que se queda en el campo.
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