• "Recuerdo el esfuerzo de mi padre por pasearnos sobre su espalda mientras que nosotros disfrutábamos de no hacer pie, imaginando que íbamos a caballo”
Recuerdo a mi padre llevarse la pipa a la boca, perfumando todo el ambiente con olor a tabaco. Luego yo la encontraba limpia, sobre la estantería, y mordía la boquilla aspirando repetidas veces para volver a oler ese aroma dulzón. Recuerdo días de lluvia con mis padres en casa, trabajando, y mi hermano y yo en una mesa, grabando en una cinta virgen canciones de la radio, a menudo tintadas por la voz del locutor, que pisaba impune la música. Ignoraba, quizás, que en ese preciso instante sus palabras sin importancia y su entonación modulada quedarían para la posteridad en una cinta vieja, que posiblemente yo escucharé dentro de unos años, después de que haya sido usada antes infinidad de veces. Durante horas mi hermano y yo oíamos anuncios, melodías y voces que eran seguros preliminares de las canciones que realmente nos interesaban.En ocasiones, uno de los dos pulsaba el botón rojo cuando todavía la larga intervención del presentador de radio no había concluido. Entonces, nerviosos y acelerados, con risas menudas y mordidas de labios, rebobinábamos la cinta y la dejábamos preparada en el mismo punto en el que finalizaba la última canción. Recuerdo también que mi hermano y yo jugábamos a las peleas. De rodillas luchábamos por tumbarnos como cachorros de león. Recuerdo el esfuerzo de mi padre por pasearnos sobre su espalda mientras que nosotros disfrutábamos de no hacer pie, imaginando que íbamos a caballo en un sueño que se desvanecía en pocos segundos, cuando mi padre se levantaba rojo y encolerizado para decirnos que ya no más. Recuerdo (y no es poco) una infancia feliz.