Ciento veinte segundos. Eso tardó Argentina en saltar la banca bosnia en Maracaná. El afortunado autogol de Kolasinac – él no quería-, lejos de espolear el ardor guerrero argentino, aplacó su deseo. Bosnia reaccionó desde el pie aterciopelado de Mismovic y creció desde la batuta de Pjanic, hasta atentar seriamente contra el arco de Romero. El plan de Sabella, una manta corta. Desprolijo de centrocampistas, con defensa de cinco y Messi aislado, Argentina coqueteó con la vulgaridad. Sin gestación, sin elaboración, sin pelota que masticar decreció en ritmo y precisión. Romero, en una estirada felina a un cabezazo picado, daba la voz de alarma. Su atajada tuvo efecto despertador. Y un efecto llamada: Argentina no se doblaba como un junco, sino que se partía como un cardo seco. Faltaba equilibrio, un volante más, mejor salida de pelota. Pregunta: ¿Tiene ese perfil Argentina?
Autocrítica al poder, el seleccionador argentino reculó y entró Gago, el hombre que llegó al Madrid para ser un cinco y acabó fuera del Valencia por ser apenas un cuatro y medio. Y contra el gusto de quien esto escribe, el centrojás aportó serenidad, colocación y empaque. Argentina pasaba de una propuesta pobre a una más decente. Básico para activar a Messi. Bosnia, de más a menos, dejó de encontrar superioridad en la parcela ancha y acabó reduciendo su apuesta a balones largos buscando a Ibisevic y Dzeko. Sin planos de la casa, era dar palos de ciego. Con más confianza y temple, con los bosnios más fatigados, Argentina fue, poco a poco, amasando la victoria. Debía aguantar en defensa, no cometer locuras en el medio y conceder licencia para matar a Messi. Así fue.
El diez, acusado por los españoles de reservarse para el Mundial y por los argentinos de jugar bien solo en España, agarró una pelota en el balcón del área, amagó, recortó un par de veces y ejecutó un disparo potente, milimétrico, que mordió el palo y se alojó en la malla. Argentina dibujó una sonrisa. Messi debutaba en Maracaná con un gol de museo. El crack, encendido, festejaba con la ilusión de un juvenil. Liberado de presión, también ofreció compromiso. Nada más recibir una patada criminal en el tobillo (anestesia Spahic), esprintó en defensa con dos carreras, casi consecutivas, persiguiendo a un rival. Los goles de Messi son mucho. Su actitud lo es todo. Y parece dispuesto a ganar o morir ganando. El autor de este texto es Rubén Uría. Leer noticia completa y ver hilo de debate en eurosport.yahoo.com.