La idea parece clara, y así lo ha susurrado algún directivo de peso del Barcelona en la tramoya. Es Neymar quien debe ser la joya de la corona del proyecto en un futuro cada vez más próximo. Josep Maria Bartomeu nunca lo vio del todo claro, pero así lo soñó Sandro Rosell, presidente que tuvo que mutar en Houdini sin ver culminada su gran obra de gobierno. Y así lo viene intuyendo Leo Messi, cada vez más consumido por la desesperanza propia de quien se siente un extraño en su propia casa. Tal y como le ocurriera en su día a Johan Cruyff o Pep Guardiola, a los que no les quedó otra que el exilio cuando el desafecto superó a la pasión.
No ha encontrado la junta del Barcelona la manera de establecer un vínculo afectivo con su -todavía- futbolista franquicia, por mucho que le buscaran la sonrisa fácil contratando en su día a Gerardo Martino. Un entrenador al que, por cierto, acabaron tomándole por el pito del sereno. Pesaba mucho más lo que venía ocurriendo en la planta noble. Para muestra, el trato dispensado al futbolista en diciembre de 2013 por uno de los grandes estandartes del rosellismo, Javier Faus, quien no se despeinó al discutir la conveniencia de renovar el contrato de su estrella "cada seis meses". Como si estuviera refiriéndose a un oficinista más, no al hombre que aún sostiene el modelo.
Ni siquiera han bastado los 20 millones de euros netos de salario firmados el pasado mes de mayo. Si bien para la familia del delantero la cuestión económica siempre resultó un tema capital, el avanzado desapego del cuatro veces Balón de Oro hacia el Barcelona nunca tuvo demasiado que ver con su jornal. "De la plata se ocupa mi papá", tal y como tuvo que declarar Messi en el juzgado de Gavà tras ver cómo la gestión del patriarca le arrastraba a un proceso que, previsiblemente, no concluirá hasta que el futbolista se siente en el banquillo. El autor de este texto es Paco Cabezas. Leer artículo completo ver hilo de debate en
elmundo.es.