Mirar un cuadro | El entierro de la sardina (Goya)
En la fiesta era habitual vestirse de negro, de curas y de viudas que lloraban la muerte de la sardina, señal del fin del carnaval
Sobre una tabla de caoba de origen tropical, en este caso reaprovechada de la puerta de un mueble, Goya pintó una de las más aclamadas composiciones de su entera trayectoria profesional, por su atractivo colorido y su significado enigmático.
Aunque el título más extendido de este lienzo sea El entierro de la sardina, no parece exactamente representar eso, ya que en esa fiesta era habitual vestirse de negro, de curas y de viudas que lloraban la muerte de la sardina, señal del fin del carnaval. Esta fiesta pagana, que se había intentado suprimir precisamente por ser anticristiana, estaba vinculada con el mundo de la locura y se celebraba con máscaras, también objeto de prohibiciones varias.
En el centro de la composición dos bellas mujeres con vestidos blancos y bonitas máscaras están danzando alegremente. La parte de atrás de sus cabezas se cubre con una segunda máscara, como ya hiciera Goya en alguna otra ocasión para demostrar la doble intención de las mujeres, por ejemplo en el Capricho nº 2, El sí pronuncian y la mano alargan al primero que llega. Están acompañadas por dos hombres, uno vestido con lo que parece un atuendo eclesiástico y el otro enfundado en un mono negro y con una máscara de calavera con cuernos. A la izquierda hay dos figuras inquietantes que amenazan a una de las bailarinas. Un hombre vestido de picador con su pica en la mano parece estar a punto de atentar contra ella en un momento de enajenación. Cesare Ripa en su Iconologia decía que la Locura se representa a través de un hombre que lleva un molinillo de niño. Quizás Goya, basándose en esto, ha creado su propia versión a la española sustituyendo el molinillo por la pica, que parece haber sido arrebatada al pequeño picador que se ve tras él. La segunda figura de aspecto malévolo se cubre con una piel de bestia negra, sus manos son garras y lleva una máscara feroz, como de oso. Ripa relacionaba este animal con la Ira. La pose de su cuerpo es la que adopta cualquier bestia en el momento inmediatamente anterior al ataque. La bailarina está de espaldas a ellos y su cara refleja la felicidad de la ignorancia, mientras su compañera acaba de darse cuenta del peligro. Algunos de los asistentes también parecen advertir el fatídico drama que se avecina, y entre risas enmascaradas también encontramos gestos de espanto y preocupación, como el de la pareja sentada en primer plano, que levantan los brazos nerviosos, o el de la mujer cubierta de blanco a la derecha, que aprieta las manos contra su pecho.
Presidiendo la fiesta se eleva sobre la muchedumbre un estandarte con el rostro irónico y burlón del dios Momo, siempre vinculado con el carnaval. Su expresión indica que disfruta con el espectáculo de la sociedad irracional, que no ha sabido distinguir entre la diversión y la locura, y esto les ha llevado a la tragedia.
Se conserva un dibujo en el Museo del Prado, El entierro de la sardina, que siempre se había considerado una primera idea de esta composición, aunque su atribución goyesca es cuestionada por algunos estudiosos, que dicen podría ser de Leonardo Alenza.
Cuadro comentado por Francisco Javier Sáenz de Oiza.
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