Mozart detestaba Salzburgo

Jueves, 25 de julio de 2013 | e6d.es
• La identificación entre la ciudad austriaca y Mozart ha llegado al paroxismo

Ahora que empieza el gran festival veraniego de Salzburgo, volverá a demostrarse que identificación entre la ciudad austriaca y Mozart ha llegado al paroxismo. Paroxismo comercial y turístico, porque el reclamo del compositor redunda en los beneficios de la industria chocolatera y llama la atención en las rutas de los viajes centroeuropeos.
Mozart se llama el aeropuerto. De Mozart es el busto que custodia la salida de los equipajes. Mozart acapara la publicidad de los taxis. Mozart ocupa una de las plazas principales de la ciudad. Demasiados privilegios para una relación tan hostil y breve. Dicen los historiadores que Salzburgo surgió a finales del siglo VII por iniciativa fundacional de San Bonifacio. Pues bien, Mozart vivió en ella apenas 16 años, sin contar los viajes que mantuvieron al muchacho lejos de casa para exhibirse en las grandes cortes europeas y conocer enciclopédicamente las corrientes musicales.
La paradoja se añade a la evidencia biográfica de que el compositor detestaba Salzburgo tanto como la ciudad sobrevive con la herencia material e inmaterial de su memoria. Inmaterial porque la música de Mozart no puede verse. Material porque proliferan como una epidemia los bombones esféricos de chocolate y mazapán, idea visionaria de un repostero que los parió cien años después de la muerte de Amadeus a título de homenaje.
Ahora son el gran argumento crematístico del culto en cabeza de muchas otras transgresiones: Mozart se come, se bebe, se viste y se calza. Hay perfumes con su nombre, ropa de niño y mortaja de difunto. Incluso las discotecas de la periferia, conscientes del volcán publicitario, han puesto de moda el techno-Mozart canibalizando la pequeña música nocturna y la gran musica matinal.
Los estereotipos se multiplican en la calle donde se encuentra la casa natal de Mozart. Se llama Getreidegasse y se reconoce porque el número 9 aglutina longitudinalmente el ajetreo turístico de la ciudad bajo la custodia de los escaparates globalizados.
Conviene evitarla en horarios de máxima concurrencia, eludirla gracias a los callejones que conducen a la plaza de la Universidad, muchas veces animada por los mercados de frutas y los puestos de salchichas. En caso contrario, los turistas despistados arriesgan con picar en la aberraciones de vampirismo histórico concebidas a costa del maldito.
Salzburgo era y es una postal barroca de aspecto italiano y de espíritu centroeuropeo que el río Salzach atraviesa como una inquietante serpiente. Han declinado las minas de sal que dieron fama, nombre y dinero al pasado de la ciudad austriaca, pero sobrevive el carácter introspectivo, familiar y conservador de sus habitantes.
La profanación y el expolio de Mozart contradice el escrúpulo con que su múisica se interpreta y se custodia en el festival veraniego. Empezando porque el "La casa de o para Mozart" es el sobrenombre que ha adquirido el antiguo Kleines festpielhaus una vez remozado, restaurado y concebido como el espacio idóneo para el repertorio del compositor.




Otra cuestión es que el bicentenariazo de Verdi y Wagner exijan este año compartir el escenario. Empezando porque Jonas Kaufmann protagoniza una nueva producción de "Don Carlo" a iniciativa escénica de Peter Stein y con las garantías en el foso de Tony Pappano.
La fiesta verdiana se ha convertido en un alarde de Alexander Pereria, futuro director de la Scala y sobreintendente de un festival que ha recuperado el criterio del star-system. De hecho,   Anna Netrebko protagoniza  "Juana de Arco" (Verdi) y Zubin Metha dirige "Falstaff" (otra vez Verdi), redundando en una apuesta por el star system que justifica la presencia de  Cecilia Bartoli  ("Norma")  y la redención de Rolando Villazón como tenor mozartiano en fase de reciclaje ("Lucio Silla").
Mozart, en efecto, permanece como la referencia de la idiosincrasia del festival -Christoph Eschenbach dirige  el "Così fan tutte"-, pero la edición de 2013, repleta de ilustres solistas,  incluye un estreno mundial absoluto de Harrison Birtwistle ("Gawain") y se "resiente" de las conmemoraciones wagnerianas, como lo prueba un ambicioso montaje de "Los maestros cantores de Nuremberg"  bajo la dirección musical de Daniele Gatti.  Rubén Amón.  Leer artículo completo en elmundo.es