Nadie puede ser sensato con el estómago vacío - Artículo de opinión de Marino Baler

Miércoles, 2 de enero de 2013 | e6d.es
• “En este país no cambiarán las cosas mientras que la sociedad no pase hambre, pero hambre de verdad”

No paro de escuchar por todos los sitios el ‘topicazo’ de estos días: “Feliz Año Nuevo”. Me sorprende el simplismo de la gente que se aferra a un cambio de fecha para llenarse de esperanza y pensar que la porquería en la que está sumido este país pueda cambiar del 31 de diciembre al 1 de enero.
Será porque no tengo el optimismo de Pangloss, el personaje que moldeó Voltaire en su nóvela Cándido. Hoy estamos a 3 de enero y lo único que ha cambiado es que ha subido la electricidad, el agua y la gasolina; Ayer me encontraba de viaje y pude constatar este hecho; todo el mundo deseándose “Feliz Año Nuevo”. Para mí, como para Julio Iglesias, la vida sigue igual
Escuché hace pocos días a Rajoy diciendo que llegando al otoño la cosa iba a mejorar. Este tío ya miente a largo plazo, ¿quién en su sano juicio va a creerse las palabras de Mariano teniendo en cuenta todo lo que ha mentido hasta la fecha? No diré sus innumerables embustes porque son sobradamente conocidos. Además, según los datos de la OCDE, este próximo año nada hace pensar que la cosa vaya a mejorar.
No se puede confiar en los políticos por mucho que digan. No podemos confiar en unos políticos que son el tercer problema para la gente, según las encuestas, que han hecho que este país sea uno de los países europeos con la tasa de pobreza más alta, solamente superado por Rumanía y Letonia, y no podemos confiar en una clase política que es la más corrupta de la Europa occidental, con unos niveles de corrupción comparables a Botswana, ese país que el Borbón ha hecho tan famoso.
Los únicos que de verdad podrían cambiar la situación es la gente de a pie, una sociedad en común con ganas de salir de esta situación pero, sinceramente, a estas alturas tampoco tengo demasiada fe que la gente, la masa, haga nada; más bien al contrario, se mantiene inerte y se deja llevar como una hoja seca sobre el río.

Es inevitable no hablar de la situación actual en círculos de amistad y cada cual tiene una opinión distinta, pero todos la común de que hay que hacer algo. La mía, en este sentido, la tengo clara. En este país no cambiarán las cosas mientras que la sociedad no pase hambre, pero hambre de verdad. Sí, cualquiera podrá decir que hay gente que lo pasa mal y yo soy consciente de ello; detrás de cada puerta, de cada casa, se esconden verdaderos dramas. En este país de 45 millones de habitantes dicen que hay 9 millones que pasan hambre, según informes de Cáritas un 22% de hogares están por debajo del umbral de la pobreza y otro 25% está en riesgo. Datos escalofriantes en la actualidad e impensables hace apenas cuatro o cinco años. Es posible que esto no sea suficiente para que la masa se mueva y diga ‘hasta aquí hemos llegado’. Supongo que porque aunque haya gente que lo pase mal siempre tiene ayuda de unos y otros y se van tapando agujeros, tanto estomacales como económicos. Pero si eso no fuera así, si esos porcentajes se doblasen o triplicasen, si nadie ayudase a nadie, y no por no querer sino por no poder, ¿qué ocurriría? ¿Qué podría hacer el padre al que el hijo le dice que tiene hambre y éste no puede darle nada? ¿Qué ocurriría si en la panadería o en la carnicería no te vendiesen sus productos porque todavía debes la compra de la semana pasada? Supongo que llegados a este punto es posible que algo se moviese porque quien lo ha perdido todo, incluso la esperanza, le da lo mismo. Me quedo con una frase de Mary Ann Evans que es corta, pero intensa: “Nadie puede ser sensato con el estómago vacío”. Nada más que añadir.
Dicen algunos que “tenemos que luchar por nuestros derechos como lucharon nuestros abuelos”; la diferencia es que nuestros abuelos pasaban necesidades y debían de luchar por algo; en la actualidad no, es muy bajo, todavía, el porcentaje de gente que tiene necesidades.
Por eso creo que mientras no se llegue aquí a esa circunstancia, a una situación de miseria, en este país no pasará nada. Los políticos continuaran con sus privilegios y el resto a trampear como podamos. Ya no sirve vivir, bastante haremos con sobrevivir. Por lo tanto he perdido la fe y la ilusión en un futuro esperanzador. Leer en los periódicos los sueldos millonarios de políticos es una prueba de la inanición de este país que lo permite, o como unos políticos están jugando a un juego de letras mientras se privatiza la Sanidad de Madrid son sólo dos ejemplos entre los cientos que cabrían. Pero claro, no pasa nada, esto es España y esos que han despilfarrado y continúan haciéndolo no pasarán nunca por una cárcel. Al contrario, continuarán con sus desmadres y desmanes tratando de hacer sentir culpable al pueblo bajo el lema “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”. Yo me pregunto, ¿quién ha vivido así? ¿Quién ha permitido obras faraónicas y eventos multimillonarios despilfarrando dinero público a lo largo y ancho del país? Que yo sepa poca gente tiene poder tomar decisiones comunes.
 
“Algo dicho hace 75 años vuelve a estar vigente de nuevo,
una generación se va a perder”
 
Me da que pensar cuando escucho a gente que ha conocido otros tiempos y dice aquello de: “Haría falta otro Franco para acabar con todo esto” o que en la actualidad un 23-F tendría futuro.
De esta situación en la que estamos no puede salir nada bueno. Me vienen a la memoria las palabras de Manuel Azaña, en su discurso de ‘las tres P’, cuando en plena Guerra Civil dijo: “Durante dos o tres generaciones lo más fructífero del trabajo español iría a las arcas de Roma y de Berlín, para quienes estarían trabajando los españoles, como les ocurrió a algunas de las naciones vencidas en la gran guerra hasta que se declararon en quiebra”. Algo dicho hace 75 años vuelve a estar vigente de nuevo, una generación se va a perder.
Tengo antiguos compañeros de estudios que se han ido al extranjero, gente preparada, posiblemente la mejor generación que ha tenido este país. Otros se van después de estas fiestas y algunos ya tenemos el pasaporte en la mano. Me pueden llamar pesimista o derrotista pero lo que tengo claro es que en este país no hay futuro y algunos que lo podemos tener tampoco estemos dispuestos a que nos lo roben. ¿Feliz Año Nuevo? No será en este país, quizá en otro, al menos para mí.
Marino Baler