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 14/12/2012

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Nelson Mandela, la necesidad de vivir y actuar en nombre del bien común

“Un individuo es un individuo gracias a los demás individuos”


Confieso que no soy especialmente proclive a las mitificaciones. Tiendo a pensar que detrás de las pulcras leyendas que envuelven a ciertas personas suelen esconderse zonas oscuras o incluso pantanosas. Pero en el caso de Nelson Mandela, mis habituales prejuicios se desmoronan: venero sin paliativos a ese hombre. Su fotografía preside desde hace muchos años el salón de mi casa, junto a las de mis seres queridos, y el día en que le entregaron el premio Príncipe de Asturias y pude estrecharle la mano y darle las gracias por todo lo que había hecho, estuve a punto de romper a llorar.
Puede que sea una debilidad, la necesidad de aferrarse a alguien que nos haga seguir creyendo en esta especie de la que formamos parte y cuyo paso por el planeta suele ser más lamentable que feliz. Puede que un día alguien desmonte el mito Mandela y nos haga saber que fue un hombre cruel y soberbio, por ejemplo. Dado mi habitual escepticismo, no descarto esa posibilidad. Pero hoy por hoy, sigo viéndole como una de las pocas personalidades de la historia cuya existencia ha contribuido realmente a que este mundo sea mejor.
Diría que Mandela encarna muchas de las mejores cosas que reposan en nuestro interior (a veces, tan dormidas que parecen inexistentes): la bondad, la inteligencia y la fortaleza. Tres virtudes –como decían los antiguos– que deben ir juntas para producir algún efecto: la bondad descontrolada de los tontos provoca más catástrofes que bien, me temo. Y las mejores decisiones suelen quedarse en nada cuando no existe la capacidad de resistencia. Si Mandela triunfó, si logró transformar un infierno en la tierra como la Sudáfrica del apartheid en un lugar habitable –con su inevitable carga de miseria y violencia–, fue porque siempre, en medio de las condiciones más difíciles imaginables, supo conservar la capacidad para reflexionar, analizar con serenidad y lucidez su entorno y no doblegarse jamás a las circunstancias. De hecho, el gobierno racista de los afrikáners le ofreció por dos veces la libertad, y por dos veces él la rechazó y prefirió seguir malviviendo en la cárcel, consciente de que aceptar semejante pacto con el demonio desmoronaría la lucha a favor de la justicia en la que tantos, y no solo él, estaban implicados.
Hace falta mucho valor y mucho orgullo del bueno para comportarse así, o para ser capaz de crear, siendo ya presidente de su país, aquella famosa Comisión de la Verdady la Reconciliaciónque, con todas sus carencias, logró sacar a la luz miles de crímenes cometidos por todos los bandos durante los años del apartheid e instaurar un clima general de perdón, a partir del cual construir un nuevo país. Y también hace falta mucho ubuntu, ese comportamiento empático preconizado por la ética humanista africana en la que Mandela fue educado: “Un individuo es un individuo gracias a los demás individuos”. Él siempre tuvo eso presente: la necesidad de vivir y actuar en nombre del bien común. Y eso, que debería ser lo normal en la existencia de todos, es tan poco frecuente que le convierte realmente en un hombre por encima de la mayoría. Y en un político con todas las letras mayúsculas necesarias. Lástima que, además de admirarle –o decir que le admiran–, no le imiten un poco más quienes suelen gobernarnos. Ángeles Caso. Leer noticia y ver hilo de debate en lavanguardia.com.
 
 
Nelson Mandela lideró desde la cárcel la lucha por la libertad de los negros. Mientras, en todo el mundo se sucedían las manifestaciones pidiendo su liberación. En julio de 1988 el movimiento antiapartheid se concentraba por la liberación de Nelson Mandela. Jóvenes del mundo entero celebran su setenta cumpleaños. Mandela fue finalmente liberado a los 71 años tras 27 en prisión, el futuro de Sudáfrica descansaba sobre sus hombros. Con 76 años se convirtió en el Primer Presidente de Sudáfrica elegido en unas elecciones democráticas.

 

 
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