Nido de cuervos | Relato literario de Eva Borondo
“María Eugenia encerró sus lágrimas en la garganta y quedó silenciosa en la silla, otra vez en el centro de la sala de espera, con la mirada de lástima que le lanzaban con indiscreción los enfermos”
A María Eugenia la habían aparcado justo en medio de la sala de espera mientras su familia y los demás enfermos la miraban como si se tratara de un objeto artístico de inmenso interés, en lugar de a una vieja en silla de ruedas.
Los nietos de María Eugenia, María Eugenia hija y su esposo Paco vestían con chanclas y bañador porque se disponían a pasar un mes en Playa d’Aro, pero antes debían hacer que la abuela tuviera una revisión médica.
Allí, observada por propios y ajenos, María Eugenia se dio cuenta de que a Nachito se le caían los mocos y sacó con mano temblorosa un pañuelito de dentro del bolsillo de la camisa.
-Ven “pacá” Nachito que te suene los mocos.
María Eugenia hija la interceptó rápidamente, le sustrajo el pañuelo y ella misma le sonó. Después se lo devolvió sucio.
-¿Y ahora qué hago con esto?
Todos rieron excepto el yerno de María Eugenia, que miraba impaciente por la ventana, vigilando el coche mal aparcado y repleto de bártulos.
Una enfermera gorda y repintada cantó su nombre y Paco condujo diligente la silla hasta la consulta. Luego regresó a la sala de espera con su mujer y sus hijos.
María Eugenia estaba feliz por ver a don Manuel que era siempre atento y le preguntaba por sus nietos, aunque no los conocía, y le ofrecía dos minutos para poderse quejar un poquito de su salud y de sus huesos. Hoy además le contó sus planes de verano.
Terminada la consulta la enfermera gritó “Familiares de María Eugenia” sin hallar respuesta, así hasta cinco veces percibiendo la molestia de los pacientes con cita, que consideraban que el llamamiento ya era suficiente.
María Eugenia oyó a la enfermera quejarse con un “otra vez” muy bajito, pero perceptible, “otra vieja abandonada. Cría cuervos…”, y más alto y con una caricia en el hombro: “No se preocupe, señora. Espere aquí un momento que ahora llamamos a los Servicios Sociales”.
María Eugenia encerró sus lágrimas en la garganta y quedó silenciosa en la silla, otra vez en el centro de la sala de espera, con la mirada de lástima que le lanzaban con indiscreción los enfermos.
Por el pasillo apareció corriendo María Eugenia hija:
- Mamá, ¡Qué pronto has salido! Es que hemos tenido que bajar, que al Paco le han puesto una multa. ¡Qué desastre, mamá! ¿Y tú qué? ¿Qué te ha dicho don Manuel? Mamá, mamá, habla.
- Nada, hija, sácame de aquí, corre.
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