Roselyn Omeres aún parece una niña cuando juega junto a sus hermanos entre los campos de arroz, las hierbas gigantescas y las hélices de los rotores traseros de un enorme y descomunal barco que el tifón Haiyan dejó varado hace seis meses detrás de su casa, cerca del puente de San Juanico, en Tacloban.
Tiene apenas 19 años, es madre de un bebé y la cabeza de su familia, la que lleva el pan a casa y de la que dependen nada menos que sus 11 hermanos y hermanas pequeñas y su madre, ya mayor –con 46 años– y enferma. Toda su familia se salvó a la violencia de la letal tormenta tropical que azotó Filipinas el pasado noviembre de 2013, gracias a que fueron evacuados previamente a un colegio cercano, que se levanta sobre un pequeño cerro. Pero en el lugar que en el que se encontraba su casa fue devastado por completo. Las olas y mareas ciclónicas que acompañaron al tifón subieron hasta los cinco metros, ahogaron los campos, arrasaron la casa y atrajeron hasta su hogar un enorme carguero de color rojo, que estaba anclado repostando en una estación petrolera a unos cuantos metros de allí. El barco zozobró a la deriva hasta caer en este barrio a las afueras de Tacloban, en zona rural de la costa, penetró hasta casi 200 metros tierra adentro.
En la panza del barco había miles de kilos de arroz, que el propio capitán se encargó de repartir entre las familias como la de Roselyn. Y como ella misma relata gracias a eso sobrevivieron los primeros días. Ahora, una vez han reconstruido su casa de la forma más rápida posible, aunque precaria y enclenque, siguen teniendo muchas dificultades para salir adelante. Antes de que el tifón llegase, ella y su madre vendían palitos de bambú para hacer hogueras y barbacoas, una pequeña producción con la que sacaban delante de forma muy discreta a la familia.
Roselyn Omeres es optimista. Su ilusión ahora es abrir una tiendita, un sari-sari en lengua local. Uno de esos chiringuitos, diminutos ultramarinos y estancos, donde se vende un poco de todo: comida, bebidas, recargas para móviles, medicinas, tabaco, cuadernos, carne, etc. Roselyn es una de las 10.000 familias beneficiarias del programa ‘unconditional cash’, por que recibe una asignación, una especie subsidio, de 4.300 pesos filipinos al mes (unos 70 euros) sin ningún tipo de condición.
“Yo sé que estas ayudas no son para siempre, por eso quiero abrir mi tienda, para poder estar más tranquila sabiendo que mi hija y mis hermanos tendrán la oportunidad de comer y vestir todos los días, que solo dependerán de nosotros”, explica. Leer noticia completa en accioncontraelhambre.org.