Páginas sin imprimir | Relato literario de Eva Borondo
“Fue en una calle, junto a su casa, cuando se dio cuenta de quién era el hombre de la cafetería y miró atrás…”
Empezó a llover fuerte y buscó con urgencia el resguardo del marco de una puerta de entrada a una cafetería.
Junto a Beatriz había una pareja, hablaba del tiempo, como suele hacerse en los ascensores donde te escuchan todos.
No tenía prisa y dejó pasar los minutos, bañada en agua, escuchando la aburrida conversación de los dos inquilinos de escalón.
Llegó rápido un cuarto hombre que la empujó algo hacia la pared, ocupando completamente el breve espacio que la separaba de los otros dos, que, incómodos, decidieron entrar a tomar un café.
- Pues sí que llueve -dijo el nuevo habitante del escalón.
- Sí - contestó con una elemental sonrisa ella.
Alguien más se unió, pero no lo pensó dos veces y entró en la cafetería.
El hombre dejaba surcos con sus dos manos sobre su pelo mojado y sus cabellos parecían campos de trigo mareados con el viento.
En pocos segundos las calles se hicieron más claras y brillantes y las gotas quedaron en los charcos.
Beatriz dejó el hueco despidiéndose con un “Ya no llueve” y tomó rumbo a su casa respirando en cada paso el olor mojado de los tejados y de las aceras.
Fue en una calle, junto a su casa, cuando se dio cuenta de quién era el hombre de la cafetería y miró atrás.
No, no la había seguido, pero nunca imaginó que lo pudiera ver.
Sebastián entraría en la cafetería, después iría a su hotel y más tarde iba a morir a manos de un asesino de la mafia calabresa.
Beatriz corrió, subió los escalones, llegó hasta su puerta y abrió. Se dirigió al estudio y encendió el ordenador. Fue a la cocina y bebió agua. Volvió y el sistema operativo todavía se estaba cargando. Inquieta, esperó hasta que pudo entrar en el icono donde guardaba su novela y le cambió el final a su personaje, no quería que el hombre de la cafetería acabara muerto. No después de haber visto que existía.
Entonces Beatriz tomó su bolso de nuevo y fue directa al hotel. Mientras, sin ella saberlo, su archivo de “Word” empezaba a acumular páginas de sus pasos cambiando la historia hacia un final desconcertante.
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