A lo largo de nuestra vida, la mayoría de nosotros pasará más de 175.000 horas durmiendo, de hecho, en teoría invertimos la tercera parte de nuestros días en hacerlo. Hay científicos que sostienen que dormir es esencial para recuperar el equilibrio fisiológico interno (homeostasis) y otras consideran que se produce gracias a un mecanismo interno que nos programa para dormir durante la noche para protegernos de accidentes y depredadores, al mismo tiempo que ahorramos energía. Sea como sea, lo cierto es que la somnolencia siempre suele llegarnos a la misma hora, que cuando suena el despertador nos sentimos agotados pero que al cabo de media hora nos encontramos mejor, o que, mientras que un oso perezoso se pasa 20 horas al día durmiendo, un caballo solo necesita dos. ¿Por qué ocurre todo esto?
El principal motivo es que en algunos seres vivos hay relojes biológicos capaces de medir el tiempo y de activar y desactivar funciones del organismo, como el sueño. Así, al igual que las bacterias se sincronizan con el medio ambiente para regular sus funciones básicas, en el ser humano hay un auténtico reloj que conserva su propio ritmo y que también se ajusta con el entorno. Este reloj, es capaz de sincronizarse con los ciclos de luz y oscuridad que se suceden con el paso de los días y las noches y regular nuestras etapas de sueño-vigilia.
«El ritmo de sueño-vigilia está controlado por un reloj neural localizado en el hipotálamo cerebral, concretamente en los núcleos supraquiasmáticos (detrás de los ojos, en el cerebro). Se trata de dos núcleos constituidos por unos pocos miles de neuronas con capacidad de generar la mayoría de los ritmos biológicos del organismo», explica Juan Antonio Madrid, catedrático en Fisiología en la Universidad de Murcia y responsable del Laboratorio de Cronobiología. Esta institución, investiga la relación existente entre los ritmos biológicos y el envejecimiento. «Cada neurona del reloj biológico cerebral es un reloj en sí misma. Estas neuronas se activan periódicamente cada 24 horas gracias a la existencia de unos genes y proteínas reloj que generan un ritmo de aproximadamente 24 horas en la actividad de la neurona».
Lejos de ser perfecto, este mecanismo tiene cierta tendencia a retrasarse y siempre requiere ajustarse con el exterior. Según explica Madrid, la alternancia de luz-oscuridad, que se percibe a través de la retina, es el principal sincronizador ambiental, pero «los horarios de comidas, de ejercicio físico e incluso los condicionantes sociales y horarios de sueño pueden colaborar en dicha sincronización». Este conjunto de factores que ajustan los ritmos se llaman sincronizadores o «zeitgebers» (en alemán, marcadores de tiempo).
La vida es ritmo
Gracias, entre otras cosas, a estos relojes y sincronizadores, la mayoría de las especies que viven en la superficie de la Tierra se han adaptado al cambio regular entre períodos de luz y oscuridad que ocurren cada 24 horas y han desarrollado los llamados ritmos circadianos (circadiano significa que dura aproximadamente un día). Así, mientras que los humanos duermen durante la mayor parte de la noche (muy probablemente porque durante la noche son muy vulnerables), los animales nocturnos, como las ratas, duermen durante la mayor parte del día. Pero, aparte de los ciclos sueño-vigilia, la inmensa mayoría de los procesos fisiológicos, bioquímicos y conductuales muestran en alguna medida ritmicidad circadiana, según se explica en «Biopsicología», de John P. J. Pinel.
Sea como sea, a lo largo del sueño humano, se relaja la musculatura, cambia la frecuencia respiratoria y el cerebro experimenta cuatro fases distintas en su actividad de ondas eléctricas. Como si se tratara de las ondulaciones que se producen en la superficie de un lago al tirar una piedra, hay períodos dominados por olas altas y lentas, durante el sueño profundo, y otros de olas bajas y rápidas, durante el sueño superficial. Durante esta etapa, se produce la famosa fase de movimientos oculares rápidos (REM, en inglés), aparecen la mayoría de los sueños, sube la tensión arterial y siempre hay algún grado de erección del clítoris o del pene.
Todo este proceso finaliza en ocasiones cuando suena el despertador. Inmediatamente tras el despertar sufrimos un periodo de bajo rendimiento físico y mental conocido como inercia del sueño. Su intensidad y duración dependerá, sobre todo, de la fase del sueño en la que despertemos. Tal como explica Juan Antonio Madrid, «si lo hacemos durante el sueño REM, la inercia de sueño será breve y nos sentiremos despejados en poco tiempo. Sin embargo, si nos despertamos durante una fase profunda del sueño la sensación de cansancio y falta de reflejos será más intensa y duradera». El motivo es, según dice, que para dormir bien la temperatura del cerebro debe bajar, y para despertar, subir. Y por eso, «por la mañana , hasta que la temperatura cerebral no alcanza un cierto valor, la inercia de sueño se mantendrá».
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